Manuel Felguérez
•
Mural de hierro •
(fragmento), 1961, 5 x 30 m.
Cine Diana,
ciudad de México.
I Bienal Nacional de Escultura
(mención especial), 1962.
|
|
Escultura integrada a la arquitectura y escultura monumental urbana en las
Bienales Nacionales
En 1960, el Instituto Nacional de Bellas Artes organizó la primera Exposición de Escultura Mexicana. Después, ya con un carácter más o menos periódico, se comenzó con la Bienal Nacional de Escultura en 1962 y, posteriormente, las de 1964, 1967 y 1969.(1) Las categorías en estos certámenes se dividieron por manifestaciones escultóricas, como las secciones de escultura libre y la integrada a la arquitectura; en 1967 se añadió la escultura monumental urbana.
• • •
MARÍA TERESA
FAVELA FIERRO • HISTORIADORA
DEL ARTE
Investigadora del Cenidiap
terefavela1@hotmail.com
En México, entre 1950 y 1952, la construcción
de la Ciudad Universitaria, al sur de la capital del país,
marcó el punto culminante de la tendencia conocida como “integración
plástica”. Este concepto se refería a que las edificaciones
conjugaran en su diseño los recursos de la arquitectura,
la pintura y la escultura, con el propósito de imprimirles
una mayor fuerza expresiva. Pero para lograrlo no bastaba con que
estas tres disciplinas se encontraran juntas, sino que coexistieran
sin que alguna predominara sobre las otras y que, al mismo tiempo,
formaran un todo indivisible en que nada se pudiera quitar.(2)
Para Jorge Alberto Manrique, la edificación de la Ciudad Universitaria coincidió con el momento de despegue económico y de internacionalización del país; en este contexto, era necesario correr a la par con toda la cultura posrevolucionaria del siglo XX: la reafirmación de la nacionalidad. La construcción tuvo una inclinación nacionalista: el uso de materiales mexicanos y la incorporación de soluciones formales relacionadas con los antecedentes prehispánicos. La intención fue asociar a la arquitectura racional murales, escultopinturas, altorrelieves, etc., dentro de los lineamientos de lo que se denominó “integración plástica”; sin embargo, el resultado fue poco exitoso porque murales y altorrelieves resultaron meros añadidos a los edificios,(3) ya que no tuvieron un origen simultáneo; es decir, lo que hicieron los arquitectos fue reservar algunos muros para los artistas.
El surgimiento en México de la integración plástica coincidió con el reconocimiento público del valor artístico del muralismo y no con la aparición de sus mejores obras, pero al mismo tiempo se inició la crisis del movimiento muralista con Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán; así, los principios promotores de la integración fueran llevados por los mismos artistas.(4)
Por otra parte, hacia 1954 David Alfaro Siqueiros afirmaba que se entendía como plástica integral lo que los pintores mexicanos llamaban, desde 1922, “plástica unitaria”, un fenómeno de la creación simultánea de arquitectura, escultura, pintura, etc., una manifestación compuesta pero indivisible, a la que los antiguos llamaron simplemente arquitectura. El gran propósito fue hacer pintura o escultura realistas en arquitectura o bien pintura realista con una temática y un estilo propios y no con estilos primitivistas que se usaban en ese entonces.(5)
La arquitectura debe tener direcciones diferentes a la escultura, en el sentido de que esta última no debería volver a formar parte de una construcción. Una obra de escultura que cumpla el objetivo de adornar, entonces deja de ser escultura para convertirse en un elemento de decoración. Existían arquitectos que trabajaban con una fuerte cualidad escultural, Mathias Goeritz, por ejemplo, y otros cuyas formas tenían atributos arquitectónicos que constituían únicamente elementos de carácter constructivo.
En cuanto a la escultura monumental urbana, en la década de 1960 en casi todo el mundo, y la excepción no fue nuestro país, el espacio al aire libre comenzó a ser visto más conscientemente como una unidad en la cual podían participar un complejo de objetos, señales y símbolos. Así, con el crecimiento y desarrollo urbano de la ciudad de México, la escultura urbana y de grandes dimensiones cobró mayor importancia.
Las Bienales
Bajo esta perspectiva, las autoridades del Instituto
Nacional de Bellas Artes (INBA) consideraron seriamente que la “escultura
integrada a la arquitectura” debía tomar parte en las bienales
de escultura. En la Primera Bienal Nacional, el arquitecto Enrique
Yáñez participó como jurado en esta especialidad.
Los premios resultaron desiertos, ya que se consideró que
las obras participantes no cumplían precisamente con el concepto
de integración; es decir, que se hubiera concebido a la arquitectura
y a la obra de la tercera dimensión como un asunto unitario.
Sin embargo, a Manuel Felguérez se le otorgó una “mención
especial” por su aportación a la expresión muralística
en sí, por el mural en hierro (5 x 30 metros) realizado para
el Cine Diana, ubicado en el Paseo de la Reforma, en la ciudad de
México. La composición abstracta se trataba de fragmentos
de hierro soldado sobre un fondo, que era una especie de recoveco,
y las formas estaban unidas entre ellas como eslabones de una cadena.
El artista se sirvió de la compleja relación de planos
de cóncavos y convexos para construir esta obra y parece
que rayó la superficie de la materia con líneas radiales
para destacar así las formas escultóricas; por todas
estas características podemos pensar en las soluciones plásticas
constructivistas del ruso Naum Gabo,(6)
si bien el valor de esta obra no está en la superficie sino
en la concepción espacial y emocional del conjunto.
Pero jurados, autoridades del INBA ni críticos sabían a ciencia cierta qué significaba la “integración plástica”, ya que cada uno de ellos la entendía de manera diferente. Por ejemplo, Alfonso de Neuvillate consideraba que Felguérez introducía elementos nuevos al muralismo mexicano.(7) De hecho, no se trataba sólo de incorporar formas nuevas al antiguo concepto de “muralismo mexicano”, sino que el fondo del problema en realidad era el surgimiento de “la escultura integrada a la arquitectura”.
En la Bienal de 1964, el jurado en esta categoría
fue el arquitecto Ricardo Robina. Herbert Hofmann-Ysenbourg ganó
el primer lugar con una medalla de oro por una Celosía
de hierro para la fachada del edificio de Nacional Financiera,
ubicado en la calle Isabel la Católica, en el Centro de la
ciudad de México; la obra fue realizada en equipo con el
arquitecto Ramón Marcos Noriega. El segundo galardón
fue otorgado a Manuel Felguérez, quien recibió una
medalla de plata por la obra Canto al océano realizada
con conchas de ostión, abulón y madreperla sobre concreto
de 5 x 100 metros para el Deportivo Bahía; las formas biomorfas
de diferentes dimensiones nos recuerdan a las utilizadas por Jean
Arp.(8)
El arquitecto Enrique de la Mora fue parte del
jurado en la III Bienal en 1967. Ángela Gurría participó
en las tres diferentes secciones de escultura (libre, integrada
y monumental urbana) y obtuvo el primer lugar en la integrada a
la arquitectura con Puerta celosía, en hierro forjado,
de 15 x 3.50 metros. Esta obra fue realizada en conjunto con los
arquitectos Enrique y Agustín Landa para la fábrica
de billetes del Banco de México y fue trabajada en el taller
de herrería Manuel Montiel Blancas. La puerta reflejaba la
inquietud, el entusiasmo y la conciencia profesional de su autora;
se trataba de un trabajo con cuerpos geométricos que le proporcionaban
un ritmo abstracto que redundaba en una expresión plástica
de la ciudad moderna que ya era la capital del país.
Después de que el arquitecto Javier Medina
Ramos se especializara en historia de la arquitectura y urbanismo
en 1964, en París, decidió aplicar sus conocimientos
y concursó en la III Bienal. Se le adjudicó el segundo
premio en la sección de integración a la arquitectura
por la obra Zona infantil en el Parque Morelos en Guadalajara,
Jalisco; con él participó el también arquitecto
Alejandro Zhon. Era un conjunto inspirado en estructuras primarias
que reproducían formas zoológicas y de la naturaleza.
Tendríamos que señalar nuestro extrañamiento
porque la obra de Medina fue galardonada en la sección de
integración y no en la especialidad de escultura monumental
urbana, más por ser una realización para un parque
y no para una construcción.
La sección de escultura monumental urbana
(proyectos) fue abierta en esta Bienal. Olivier Seguin ganó
el primer premio por la obra titulada Silencio, que consistió
en la entrega de un diploma y tener derecho a participar en el Simposio
Internacional de Escultores que proyectaba el Comité Organizador
de los Juegos de la XIX Olimpiada. Seguin sólo presentó
la maqueta para un parque y resulta un tanto difícil emitir
una valoración precisa sobre la manera de cómo sería
el aspecto de esta obra en medio de un jardín público.
Si bien las piezas serían trabajadas con gran textura para
darle vida, lo que nos remite a la producción de Fritz Wotruba,(9)
al igual que este artista Seguin llevó a cabo las formas
de una manera arquitectónica monumental que bien puede denominarse
“primitiva”; es decir, las supuestas piedras labradas –porque suponemos
que ésa era la idea– parecen ser testigos de una sensibilidad
“prehistórica moderna”. Por su parte, Kiyoshi Takahashi recibió
el segundo premio por el proyecto titulado Monumento al Sol
y a la Luna, una resolución monolítica y de una
proclividad manifiesta a lo grande, a lo monumental. Este bloque
acusa un trabajo arduo de texturación, que en este caso logró
con bloques colocados con entrantes y salientes y el gusto por colocar
una especie de pechera en la parte frontal de la escultura.
La última bienal que se presentó
fue la de 1969, pero sólo tuvo un carácter retrospectivo
y conjuntó a las obras de los artistas galardonados y algunos
participantes durante el decenio de los sesenta. Herbert Hofmann
presentó un conjunto de fotografías de diferentes
etapas de su producción plástica y entre ellas se
encontraba una imagen de la celosía ganadora en 1964; en
la sección de escultura monumental estuvieron presentes Federico
Cantú, con el proyecto para fuente del Instituto Mexicano
del Seguro Social; María Elena Delgado, con Torre escultórica;
Fernando González Cortázar, con la maqueta para el
Jardín de la Suprema Corte de Justicia; el arquitecto Alejandro
Zhon, con el proyecto y maqueta para la Unidad Deportiva Presidente
López Mateos, y Olivier Seguin, con la maqueta de una escultura
en San Louis Missouri. A excepción de la obra de Cantú,
las demás piezas eran dueñas de un estilo abstracto.
En conclusión, la escultura tomará el lugar de viejos monumentos, los cuales honraban al individuo como ciudadano, científico o artista, y este último tendrá que tomar en cuenta no la cualidad de un hombre en particular, sino las fuerzas que están activas en la vida de la comunidad, que puedan hacer la existencia más fácil o difícil, más libre o con más confianza. En el caso de México, Mathias Goeritz expresaba su pasión con sus Torres de Satélite para identificar a una ciudad. La escultura integrada a la arquitectura y la escultura monumental resultaron, al fin de cuentas, ser absolutamente abstractas, contrario a los deseos de David Alfaro Siqueiros de que fuera una obra realista; además, el resultado fue que no era una creación simultánea de arquitectura, escultura y pintura.
Notas
1. Ma. Teresa Favela, “Articulación para el cambio: escultura
mexicana en los años sesenta”, revista electrónica
Discurso Visual , núm. 1, nueva época, julio-septiembre
de 2004. http//:discursovisual.cenart.gob.mx
2. Alejandro Aguilera, “La integración malograda”
en Escultura Mexicana: de la academia a la instalación,
México, INBA, Landucci Editores, pp. 245-246.
3. Jorge Alberto Manrique, “La integración
plástica” en La arquitectura mexicana del siglo XX,
México, Conaculta, 1994. Apud. Alejandro Aguilera,
ibid., p. 246.
4. Alejandro Aguilera, op. cit., p. 247.
5. David Alfaro Siqueiros, “Hacia un realismo en las artes plásticas”, conferencia dictada en la Sala Manuel M. Ponce, Palacio de Bellas Artes, INBA, México, D.F., 1954.
6. Naum Gabo (1890-1977). Este escultor fue uno de
los principales exponentes del constructivismo ruso, que consistía
en una nueva escultura no formada por la masa –como la escultura
tradicional– sino por las líneas y las superficies en un
espacio sin límites. En 1920 escribió, junto con su
hermano Antoine Pevsner, el Manifiesto Realista.
7. Alfonso de Neuvillate, “Primera Bienal Nacional
de Escultura”, en suplemento “México en la Cultura”, Novedades,
México, D.F., 22 de abril de 1962.
8. Jean Arp (1887-1966). Pintor, escultor y poeta francés. Las formas que utilizó en su obra fueron biomorfas de carácter abstracto. Sus relieves de madera eran formas fluidas y libres y constituyeron sus elementos artísticos esenciales.
9. Fritz Wotruba (1907-1975). Artista de origen vienés quien en la década de 1950, después de incursionar en varias expresiones plásticas, regresó a la forma cúbica de volúmenes compactos y angulares.
|
|