Carlos Mérida durante los trabajos en el Centro Urbano Presidente
Juárez. Ciudad de México, ca. 1951-1952.
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Carlos Mérida.
Aportaciones a la integración plástica
Carlos Mérida ocupó
un lugar destacado en la tendencia artística denominada “integración
plástica”. El presente texto es un recuento de las aportaciones
conceptuales y técnicas desarrolladas por el pintor guatemalteco
en su obra mural vinculada con la arquitectura.
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EDUARDO ESPINOSA CAMPOS
• HISTORIADOR
Investigador del Cenidiap
espinosacam@yahoo.com.mx
I
La trayectoria del muralismo mexicano permite ver que éste no ha seguido una sola ruta, sino que ha sido alimentada por una diversidad de propuestas: la individualidad de los artistas, sus intereses, tendencias y pertenencia generacional que lo ubica en un tiempo y en un espacio determinados.
Desde sus inicios en la Escuela Nacional Preparatoria,
en los años veinte del siglo pasado, el muralismo cuyo
nombre remite estrictamente a muros rebasó la obra
parietal para cubrir otros espacios arquitectónicos como
techos, bóvedas, lunetos y el reverso de las rampas de escaleras.
En la década de 1940, pero sobre todo en la de 1950, el movimiento
muralista se enriqueció con una nueva tendencia denominada
“integración plástica”, que consideró el trabajo
conjunto entre arquitectos, pintores y escultores. Los primeros
concibieron y destinaron espacios arquitectónicos específicos
para que los segundos, de común acuerdo, incorporaran sus
obras. Como resultado, un grupo de artistas integró a los
conjuntos arquitectónicos pinturas al fresco, pinturas sintéticas,
mosaicos y vitrales. A este momento corresponden las creaciones
realizadas tanto en muros interiores como en exteriores de edificios,
fachadas, frisos, remates y balcones, entre otros, llevadas a cabo
con una diversidad de técnicas adecuadas para soportar su
exposición a la intemperie; los escultores hicieron lo propio
con relieves y esculturas.
Una de las características del muralismo
inicial antes de que se hablara de integración plástica
fue su carácter público, caracterizado por un hondo
contenido social y político, con lo cual los artistas se
vincularon con el momento histórico de un México que
comenzaba a salir de una lucha social. De allí su relación
con la arquitectura en su afán por ocupar espacios públicos
para que sus mensajes pudieran llegar a sectores de la sociedad
más amplios. Todo esto tenía un sustento ideológico,
concretado en el Manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos,
Pintores y Escultores dado a conocer en 1923.
II
En 1948 los arquitectos Guillermo Rosell de la
Lama y Lorenzo Carrasco fundaron la revista Espacios para
impulsar también la integración de la pintura y la
escultura en la arquitectura. Al año siguiente, la Sociedad
para el Impulso de la Artes Plásticas, conformada por pintores,
escultores y grabadores, reivindicó para sí la acuñación
de la integración plástica como concepto: “Entre los
puntos más importantes de nuestro programa cabe recordar
que hemos sido los primeros en tratar sobre el tema de la integración
plástica en discusiones conjuntas de arquitectos, escultores
y pintores”.(1)
Otra aportación corresponde a José Chávez Morado,
quien en 1950 fundó el Taller de Integración Plástica
para promover la pintura mural y la escultura monumental integrada
a la arquitectura. Lo mismo sucedió con el Frente Nacional
de Artes Plásticas, en 1952.
En el escenario de la polémica sobre el
concepto de integración plástica, en la que participaron
los arquitectos Enrique del Moral, Guillermo Rosell de la Lama,
Juan O'Gorman también pintor, Lorenzo Guerrero
y Raúl Cacho, junto con los artistas plásticos Diego
Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Chávez Morado,
se destacó el artista guatemalteco Carlos Mérida (Guatemala,
1891-México, 1984), radicado en México desde 1919,
a quien había tocado participar en los inicios del muralismo
como ayudante de Diego Rivera en su mural realizado en el Anfiteatro
Bolívar del antiguo Colegio de San Ildefonso.
III
Carlos Mérida fue uno de los primeros cronistas de la pintura mural, al tiempo que practicante comprometido a partir de 1923. Ocupa un lugar de importancia en la definición conceptual de la integración plástica tanto por sus ideas, que dejó registradas en varias publicaciones, como por la aportación de su propia obra, que habría de interrumpir sólo por la enfermedad que lo llevó a la muerte, al momento de encontrarse en la última etapa de un mural, cuando contaba con 93 años de edad.
Fue, pues, uno de los principales impulsores del
muralismo, aunque también habría de convertirse en
uno de sus más acérrimos críticos.
El viejo concepto del muralismo mexicano escribió
Carlos Mérida (Diego Rivera, José Clemente
Orozco, David Alfaro Siqueiros, Roberto Montenegro) ha dejado
ya de ser, aunque fecundo en muchos sentidos. Han quedado para
la posteridad, la Capilla de Chapingo, de Rivera, el Hospicio
de Guadalajara, de Orozco, y la obra inicial de Siqueiros, los
fragmentos de su paso por la Escuela Preparatoria. Y ahí
está sellada toda una esplendorosa época que es
cosa del pasado. Se comprenderá lo limitado de este viejo
concepto del muralismo mexicano [...] cuando se piensa que fue
gestado en un momento de crisis creativa y social; y acelerado
por impaciencias más románticas que analíticas,
se tiene que aceptar. De ahí parte el divorcio existente
entre la labor pictórica llevada a cabo y los edificios
públicos en que se ejecutó.(2)
Este comentario de Mérida, escrito en 1953,
omitía hechos importantes referentes a la evolución
de los artistas a quienes criticaba. José Clemente Orozco,
en una de sus últimas obras la del teatro al aire libre
de la Escuela Nacional de Maestros (1947-1948) se ocupó
de una temática alejada de referencias políticas,
con base en un original lenguaje formal de síntesis geométrica,
inédito hasta entonces en su obra, y acorde con la geometría
propia del edificio concebido por el arquitecto Mario Pani. Lo mismo
puede decirse de Diego Rivera con su obra para el Cárcamo
del Río Lerma (1953), donde logró una verdadera integración
pictórica con un espacio arquitectónico inusual el
depósito de distribución de agua, y la ejecución
de un alto relieve para una fuente monumental al exterior de ese
mismo sitio. De igual forma sucedió con Siqueiros desde sus
dos murales experimentales al exterior realizados en la ciudad de
Los Ángeles, en 1932, en los que utilizó la pistola
de aire como herramienta pictórica, o su mural para el vestíbulo
del auditorio del Hospital de la Raza (1952-1954), en el cual logró
consumar sus ideas en torno a la poliangularidad que venía
trabajando desde obras anteriores. De modo que hablar de “lo limitado
de este viejo concepto del muralismo” o del “divorcio existente
entre la labor pictórica llevada a cabo y los edificios públicos
en que se ejecutó”, es inexacto.
Sucede que, en esencia, coexistían dos posturas sobre cuáles debían ser las aplicaciones y las temáticas de las obras que habrían de formar parte de la integración plástica. Por un lado, estaba la nacionalista y de carácter político, que caracterizó los años veinte a los cuarenta; por otro, la de carácter abiertamente internacionalista, vinculada con las tendencias principalmente europeas pero enraizadas a elementos y temas locales, la cual defendía Carlos Mérida y otros artistas, misma que, en su caso, no excluía temáticas que atendían los artistas nacionalistas, como la historia de las deidades mesoamericanas o la supervivencia de las danzas en las comunidades indígenas, por citar algunos temas. Sólo que, para Mérida, el arte debía estar libre de “demagogias” y de “caligrafías políticas”, además de tener “unidad y gran sentido humano”. Se trataba, según su opinión, de crear un arte “para el goce emocional de las mayorías”.(3)
Para él, en la integración plástica:
[...] se trabaja en colaboración con los arquitectos desde que nace el edificio; se hacen planes, se estudian técnicamente los problemas que habrá que resolver; se actúa en una colaboración estrecha y técnica entre pintores, escultores y arquitectos. Los resultados no se hacen esperar: la labor plástica queda introducida en el cuerpo arquitectónico como parte de él, no como mera orientación. Si se le retira, se desintegra el edificio como concepción.(4)
IV
La integración plástica nace y se
desarrolla en una época determinada, sin embargo, no significa
que no se continúe realizando hasta ahora. Desde los inicios
del muralismo los artistas se ocuparon en integrar sus obras a edificios
antiguos o contemporáneos a su tiempo, adecuando plásticamente
sus temas a las funciones de esos inmuebles. Con el advenimiento
del movimiento de integración plástica se pugnó
por la idea de trabajar en conjunto arquitectos y artistas, desde
el momento de la concepción de los edificios. Se dieron varios
ejemplos, pero también es cierto que no siempre se cumplió
ese supuesto acuerdo.
Pero no todas las obras trabajadas en conjunto entre arquitectos y artistas deben ser consideradas, por ese simple hecho, como integración plástica. Existen algunas que no fueron concebidas en conjunto con arquitectos y esto no las excluye, como decía, de poder ser consideradas como trabajos de integración plástica o bien como obras de integración pictórica o escultórica.
La integración plástica, desde mi punto de vista, es una labor cuyo resultado final depende de la habilidad y la creatividad de cada artista plástico para componer e incorporar sus creaciones a los espacios arquitectónicos, independientemente de los temas desarrollados.
V
Con el arquitecto Mario Pani, Carlos Mérida
trabajó en cuatro proyectos: dos multifamiliares y dos edificios
institucionales. Cada una de las propuestas son muy diferentes,
a pesar de ser muy cercanas unas de otras en sus fechas de realización.
Para el Centro Urbano Presidente Alemán (1949), realizó
un friso exterior de vinelita sobre concreto, con temas de animales
de la selva y marinos, así como de plantas y flores, que
recuerdan el famoso método Best de dibujo. El friso fue resuelto
con dibujos de rico colorido, aptos para decorar los muros de la
guardería infantil para la que estuvieron destinados. Un
año después, para el Centro Urbano Presidente Juárez
(1950-1952), realizó su trabajo más ambicioso de integración
plástica, consistente en una compleja propuesta de obras
destinadas a decorar diversos elementos arquitectónicos de
varios edificios: un muro interior de la guardería infantil,
bloques salientes exteriores (los espacios correspondientes a los
clósets de los departamentos), remates de edificios y tableros,
y cubos de escaleras, abiertos al exterior, de hasta diez pisos;
todos ellos realizados en concreto tallado y coloreados parcialmente
con vinelita.
Fue necesario un numeroso equipo de carpinteros,
pintores, albañiles y canteros, para la realización
de esta obra [...] Fue en esta obra en la que más se ha
logrado un equipo humano de trabajo. Esto es lo que hace posible
la integración plástica total. Los arquitectos,
dibujantes artesanos y el artista formaron un solo núcleo,
tal como se hacía para la construcción de las catedrales
medievales.(5)
Los temas allí desarrollados estaban relacionados
con leyendas del México prehispánico y de sus dioses.
Vistas en conjunto, estas creaciones de Mérida estaban indisoluble
y armoniosamente ligadas con la arquitectura, a las cuales la crítica
se ha referido en forma positiva como uno de los mejores ejemplos
de integración plástica. Por desgracia, los edificios
y las obras(6)
se perdieron durante el terremoto de 1985.
Otra colaboración se concretó en
1950, en las decoraciones abstractas de las platabandas exteriores
a base de placas metálicas esmaltadas ubicadas
entre las ventanas del edificio de la Secretaría de Recursos
Hidráulicos, mismas que fueron retiradas por órdenes
del entonces secretario de dicha dependencia, el ingeniero Adolfo
Oribe Alba. Independientemente de lo afortunado o no de esta propuesta,
el hecho no pasó inadvertido y Orlando S. Suárez,
en su Inventario del muralismo mexicano (México,
UNAM, 1972), lo consignó como una de las obras murales
que han sufrido la censura y la destrucción oficial.
También con Pani, contribuyó en la decoración de la Torre Banobras (1963-1964), cuyo edificio triangular constituye no sólo un símbolo dentro de la magna Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco, sino que es uno de los edificios emblemáticos de la ciudad de México. La obra geométrica de Mérida, con elementos iconográficos inspirados en la cultura tolteca, pudo integrarse adecuadamente a los muros laterales y alargados del edificio, de modo que puede ser apreciada desde larga distancia.
El quehacer de Mérida osciló, a lo
largo de su trayectoria, entre diferentes grados de síntesis
y una referencia frecuente con la realidad, a través de una
interpretación peculiar. Logró un purismo geométrico
de recia personalidad que lo hace inconfundible del resto de sus
colegas. No por casualidad el artista Mathias Goeritz lo invitó
a realizar un mural interior para el bar-restaurante de su museo
experimental El Eco (1953), polémica creación
arquitectónica en la que Goeritz desarrolló su idea
de arquitectura emocional, de muros altos, asimétricos y
la acentuación de perspectivas, sin precedentes hasta entonces.
En opinión de Goeritz, Carlos Mérida
“llegó con sus decoraciones murales a un punto donde ya no
tenía la intención de hacer ‘arte', sino presentar
el análisis y la solución de un problema de coordinación.”(7)
En 1953 y 1955, en la ciudad de México realizó
dos murales para los edificios de Reaseguros Alianza (Av. de los
Insurgentes, 37) y del Banco de Crédito Bursátil (Av.
Isabel La Católica, 44) de los arquitectos Enrique del Moral
y Gustavo Struk, respectivamente. En ambos trabajó la técnica
del mosaico con técnica veneciana. En el primero cubrió
la planta baja, el ascenso de escaleras y el descanso con figuras
estilizadas de personajes que, dispuestas de manera rítmica,
parecen subir y bajar por los escalones. En el segundo, sobre un
muro curvo que se prolonga dentro del edificio, realizó motivos
geométricos que otorgan a la fachada una atractiva presencia
de formas y color armoniosos con el conjunto arquitectónico.
Es también conocido que las repercusiones
del muralismo, en general, y de la integración plástica,
en particular, rebasaron las fronteras de nuestro país y
Carlos Mérida fue uno de sus actores. En 1956 realizó
murales en mosaico tipo veneciano para el vestíbulo y muros
laterales que forran los dos cubos de los ascensores de la primera
planta del nuevo Palacio Municipal de Guatemala, obra de los arquitectos
Pelayo Llarena y Roberto Aycinena. En esta obra participaron también
los escultores Dagoberto Vázquez y Guillermo Grajeda Mena,
con relieves en concreto en la fachada del edificio principal, que
acusan una influencia definitiva de Carlos Mérida. Allí
mismo, pero en el edificio del Instituto Guatemalteco de Seguridad
Social (1958), obra de los arquitectos Jorge Montes y Roberto Aycinena,
realizó otro mural con el tema Alegoría a la seguridad
social. El artista concibió que este mural exterior,
también en mosaico tipo veneciano, se reflejara en toda su
longitud y riqueza cromática sobre un espejo de agua, hecho
ex profeso para tal fin. Carlos Mérida se refirió
a este trabajo: “El tema fue buscado dentro de los servicios que
presta el Seguro pero tratado libremente para integrar tal decoración,
y, en cuanto a forma y color, a la arquitectura que es moderna en
sus líneas generales.”(8)
Otra de las características que definen
la obra de Carlos Mérida es su constante propósito
de romper con todo convencionalismo. Mathias Goeritz advirtió
sobre este aspecto: “la inquietud artística de Mérida
se concentró en experimentos con materiales nuevos, pues
cada tarea exigía un estudio plástico diferente. Y
parece que este sentido experimental sigue siendo la única
salida del callejón del artista del porvenir”.(9)
Este propósito lo llevó también
a su obra mural, según puede apreciarse en el tipo de trabajos
que realizó en coordinación con arquitectos. Un ejemplo
lo constituye el telón de madera plegable, a manera de biombo,
para cubrir la pantalla del Cine Manacar (ciudad de México,
1964), obra del arquitecto Enrique Carral. De este modo, mientras
los espectadores esperaban el inicio de proyección de la
película, pudieran disfrutar a su anchas las figuras dinámicas
de unos bailarines, pintadas con colores armoniosos en pintura acrílica,
que rompen con la monotonía de la sala.
Otro ejemplo que representa no sólo un logro
de integración sino principalmente de aportación técnica
y conceptual al muralismo, es su magistral obra Los adoratorios,
para la Sala Cora-Huichol de la sección de etnografía
del Museo Nacional de Antropología (ciudad de México,
1964), proyectado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.
Allí realizó un montaje, a manera de vitral, construido
a base de placas de acrílico translúcido y coloreado,
montado en una caja de luz. Esta creación no pasa inadvertida
al público que recorre las salas del museo pues se convierte
en un motivo de atracción por la luminosidad y las formas
que recrean, muy a la manera del artista, motivos de los diseños
huicholes.
Las propuestas de Mérida de integración
plástica no terminaron ahí. En 1963 realizó
murales y cenefas en placas de cobre esmaltadas para el edificio
de Crédito Hipotecario Nacional de Guatemala (1963), del
arquitecto Jorge Montes Córdoba; en 1968 llevó a cabo
veinticinco tableros de madera en relieve pulido con oro para el
auditorio del Hotel Aristos (Paseo de la Reforma, ciudad de México,
y en 1984 hizo mosaicos de barro esmaltado, montados sobre estructuras
metálicas, para el vestíbulo del Edificio Omega (Paseo
de la Reforma, ciudad de México), del arquitecto Ramírez
Vázquez. Además de murales en mosaico en casas particulares
de México y Guatemala integrados en fachadas, patios interiores
y muros para chimeneas.
Me parece conveniente concluir con algunas palabras del artista que considero resumen sus conceptos sobre la integración plástica:
La pintura, en su nueva visión plástica,
tiene que fundirse en la arquitectura, porque parece ser que aquélla
no tiene, de momento, otra posible salida [...] Estos trabajos
de investigación que ahora efectúo, están
relacionados con la proporción, o la “escala”, como la
llaman los arquitectos, o sea, la correspondencia entre las partes
como unidades y el todo; con el ritmo, con las relaciones cromáticas,
con el valor tonal, con las leyes de la proximidad y de los opuestos,
que afloran en la adecuada articulación de las formas en
el conjunto, con fenómenos asaz interesantes por curiosos
como lo balances en línea, la perspectiva unifocal y multifocal,
la densidad, las texturas, la asimetría simétrica.(10)
Notas
1. Catálogo del Segundo Salón de Pintura y Escultura
de la SIAP, México, INBA, 1949.
2. Carlos Mérida, “Los nuevos rumbos del muralismo mexicano”,
en Pachacamac, Buenos Aires, Argentina, julio de 1953.
En Xavier Guzmán, et al., Escritos de Carlos Mérida
sobre arte: el muralismo, México, INBA-Cenidiap-DIDA
(Colección Artes Plásticas, 1), p. 30.
3. Ibid., p. 129.
4. Ibid., p.131.
5. Alfonso Soto Soria, “La integración plástica del
pintor Carlos Mérida”, en catálogo de la exposición
El diseño, la composición y la integración
plástica de Carlos Mérida, México, UNAM,
1963.
6. A partir de algunos proyectos y dibujos se realizó en
1988 el monumento/homenaje en el conjunto habitacional Fuentes Brotantes
(proyecto arquitectónico: Enrique Reinking), al sur de la
ciudad de México.
7. Citado en Pilar García, “Testimonios críticos de
su obra plástica”, Homenaje nacional a Carlos Mérida.
Americanismo y abstracción, México, Conaculta-INBA
/Museo de Monterrey /Galería Arvil /IBM México, 1992,
p.190.
8. Carlos Mérida, “Respuesta al cuestionario de Stefan Baciu”,
s/f.. En Xavier Guzmán, op. cit., p.154.
9. Pilar García, op. cit., p.190.
10. Anónimo, “Carlos Mérida explica su postura artística”,
entrevista en Zócalo, México, 9 de enero
de 1957. En Xavier Guzmán, op. cit., p.148.
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