Fiona Tan
• Correction •
2004, foto fija de
videoinstalación a color.
Foto: cortesía de la artista
y de la Frith Street Gallery, Londres.
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El voyeur atrapado:
Correction, una instalación de Fiona Tan
Con la curaduría de Francesco
Bonami, Correction se
presentó en el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago del
2 de octubre de 2004 al 23 de enero de 2005; del 9 de abril al 4 de junio
de 2005 en el Nuevo Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York,
para terminar (junio 26-octubre 16) en el Museo Hammer de Los Ángeles.
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MARGARITA ESTHER GONZÁLEZ • ESCRITORA Y TRADUCTORA
Investigadora del Cenidiap
enespiral2000@yahoo.com
Seis pantallas sostenidas del techo forman un círculo en cuyo interior los espectadores se sientan en bancas dispuestas a manera de hexágono. Las proyecciones en continuidad son la única fuente de luz; el resto de la sala queda en penumbra, con ruidos ambientales casi imperceptibles. En las pantallas aparecen alrededor de trescientas imágenes (cada una permanece en cuadro durante cuarenta segundos) que captan de manera individual y en toma americana –de las rodillas hacia arriba– a hombres y mujeres de distintas edades y orígenes. El denominador común es que se trata de reclusos o custodios de cuatro prisiones en Estados Unidos (Lincoln Correctional Center, Logan Correctional Center y Jacksonville Correctional Center, en el estado de Illinois, y Valley State Prison for Women, en Chowchilla, California). Todos posan mirando a la cámara, en silencio, inmóviles; sólo el ritmo de la respiración, el parpadeo y algún gesto involuntario –labios que se humedecen, puños que se crispan– imprimen movimiento y recuerdan que el medio empleado es el video, no la foto fija como pareciera a primera vista. La propuesta de Fiona Tan(1) no podía ser más sencilla en cuanto a la disposición y características de los elementos empleados; no obstante, la obra pronto se desdobla para revelar múltiples lecturas.
“Creo que es más inquietante observar a alguien que ha sido filmado durante un rato… una se vuelve menos consciente de la imagen y más consciente de la persona como imagen, la persona dentro o incluso detrás de la imagen”, dice Fiona Tan, cuyas videoinstalaciones generan una rara tensión entre el observador y el sujeto observado hasta crear una suerte de juego de espejos donde el primero termina por mirarse a través de los ojos del otro. Tal fue el caso de Countenance, pieza presentada en Documenta 2002, donde cuatro proyectores mostraron diversos personajes grabados en Berlín; en San Sebastián (2001), en cambio, utiliza como vehículo el ritual de iniciación de jóvenes japonesas que, con ademanes precisos, muestran su destreza en el arte de la arquería. La reiteración del gesto ancestral, donde cada músculo está al servicio de un solo fin, atrapa al espectador y propicia reflexiones en torno a la identidad y los efectos del tiempo sobre la imagen, preocupaciones que impregnan la obra entera de la artista nacida en Indonesia en 1966.
Al ser invitada a realizar una instalación en Estados Unidos, Fiona Tan cayó en la cuenta de lo poco que sabía de ese país, pero una nota periodística le sirvió como detonador: tiene la tasa de encarcelamiento más elevada en el mundo, con dos millones 218 097 reclusos y más de 4.5 millones de adultos bajo alguna forma de supervisión correccional, con distintos grados de libertad condicionada. Estas cifras adquieren dimensión si se considera que la suma de reos en las cárceles de todo el mundo es de nueve millones y que la población total de Estados Unidos no llega a cinco por ciento de los habitantes del planeta.(2)
Fiona Tan afirma que uno de sus propósitos fue
hacer visible esta galería de personajes que yace oculta a los
ojos del público y confrontar nuestros estereotipos sobre criminales
y policías. Para lograr esto último no ofrece dato alguno
acerca de los personajes; ignoramos cuáles sean sus delitos o castigos;
no sabemos sus nombres siquiera; tampoco se da información sobre
el personal policiaco. Ante esta ausencia de datos, quizá el primer
intento del espectador sea establecer hilos conductores. Uno a uno, reos
y custodios pasan revista frente a la cámara con los uniformes
dictados por sus instituciones; en los primeros cambia el color pero son
camisetas o camisas y pantalones que remiten a un grupo dispuesto a correr
por el parque o a reunirse en un día de campo. Es evidente que
una de las prisiones exige a su población llevar PRISM (Prison
Inmate Safety Managment), equipo de detección y control en
la muñeca, especie de reloj abultado que transmite cada dos segundos
el lugar donde se encuentra el preso. El lenguaje corporal da cuenta de
lo que pudiera verse en las calles: de la depresión a la euforia;
de la timidez, de quienes preferirían fundirse con los muros, al
aplomo desafiante apoyado en algún tipo de jerarquía, que
en los guardias se suele acentuar con la mano posando descuidada sobre
el arma. Llama la atención el esmero en peinado y maquillaje de
una joven; su imagen “Barbie” halla su contraparte en una
de las guardias. Otro rostro femenino se muestra impávido; el nerviosismo
escapa en movimientos de manos que se ocultan bajo largas mangas. Pero
estos son sólo ejemplos aislados.
Debido al ángulo en contrapicada de la cámara,
la mirada de los personajes cae sobre el espectador quien, así
rodeado por seis pares de ojos, se enfrenta a la inmovilidad de los modelos.
Hermanado al espacio, el tiempo se vuelve otro hasta tornarse circular.
Para el voyeur del museo, las reglas del juego se trastocan al
frenar casi hasta la parálisis el video, medio cinético
por excelencia; la imagen frontal se multiplica; las disolvencias al azar
obligan a voltear a un lado y a otro; ahora al frente, ahora atrás
en un intento por descifrar quién nos ve. El voyeur es
mirado; su campo de estudio se revierte; ocupar el centro del panóptico
no deja escapatoria.
Invento del jurista y filósofo inglés Jeremy
Bentham (1748-1832), el panóptico bien pudiera representarse como
la torre de vigilancia erguida al centro de un círculo que aloja
celdas. Para no dejar cabos sueltos ni cuerpos lejos de la mirada, planteó
añadir cuatro torres exteriores en los ángulos de un cuadrado
imaginario, y levantar el conjunto con orientación este-oeste de
tal suerte que la luz invadiera todos los rincones. La economía
de vigilancia quedaba así garantizada. La propuesta de Bentham
–en una época que la que aún abundaban mazmorras,
calabozos y oscuridad a la manera medieval– fue recibida como signo
de progreso y adoptada por muchos países, con la Francia revolucionaria
a la cabeza. Bentham intentó ir más lejos al experimentar
con un sistema de sonido que permitiera supervisar la comunicación
de los presos, pero lo descartó pues era imposible evitar que éstos
escucharan las conversaciones de los vigilantes. Hoy, medios electrónicos
han eliminado esas dificultades, pero el modelo arquitectónico
del panóptico mostró tal eficacia que rebasó los
ámbitos penitenciarios para adoptarse en hospitales, escuelas y
centros de trabajo. Vuelta omnipresente, la mirada vigilante –bien
fuera de carcelarios, maestros, médicos o empresarios– no
dejó escapar gesto íntimo alguno pero, de manera paradójica,
los castigados junto con los instrumentos punitivos se ocultaron de la
mirada pública. La picota abandonó las plazas y el castigo
se higienizó hasta alcanzar métodos eficaces e “indoloros”
para causar la muerte. El verdugo fue sustituido por el médico
y éste va en camino de ceder su lugar al ingeniero: en la actualidad
ya computadoras como la usada en Nueva Jersey se encargan de aplicar inyecciones
letales. Es menos costoso y vuelve aún más denso el velo
sobre la mirada pública.
Fiona Tan, al invertir el juego de la mirada, abre espacios para la reflexión en torno al aparato policiaco estadounidense –el mayor en el mundo–; el voyeur queda atrapado entre rostros. Las cifras están ahí para quien quiera enterarse: con las tendencias actuales, en 2010 habrá 7.7 millones de presos en esa nación –3.4 por ciento de la población adulta–; irá a prisión uno de cada tres negros, uno de cada seis latinos, uno de cada diecisiete sajones. Según informes de Amnistía Internacional, noventa por ciento de las muertes debidas a la aplicación de pena capital correspondieron, en orden decreciente, a China, Irán, Arabia Saudita y Estados Unidos. En contraste, en Canadá, Australia, Nueva Zelanda, la mayoría de los países europeos y latinoamericanos se ha abolido la pena de muerte.
Mientras tanto, el modelo panóptico se mantiene en los espacios más variados; guarderías e instituciones preescolares reciben al niño para que crezca bajo la mirada vigilante.
Notas
1. De padre chino y madre australiana, Fiona Tan (1966) radica en Amsterdam,
sus videoinstalaciones se han mostrado en los principales museos del mundo;
ha participado en la Bienal de Venecia (2001) y en la Trienal de Yokohama
(2002).
2. Las cifras sobre población en reclusorios
y los perfiles demográficos se basan en el Informe del Departamento
de Justicia citado por el Christian Science Monitor, en su edición
del 18 de agosto de 2003. Para un panorama mundial ver Pino Arlachi (comp.),
Global Report on Crime and Justice, Oxford University Press, 1999.
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