Varios autores
70 años de artes plásticas en el Palacio de Bellas Artes
México, Conaculta/INBA,
2004, 301 págs. |
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Un corte histórico:
70 años de artes plásticas en el Palacio de Bellas Artes
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FERNANDO ISLAS •
ESCRITOR
Subdirector de La masmédula galería
fislas1@netscape.net
Como parte del festejo por los primeros setenta años del Palacio de Bellas Artes, se han editado sendos libros sobre las actividades que más impacto han tenido en este recinto cultural. El correspondiente a las artes plásticas fue encomendado a varios investigadores del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas.
Hablar de los logros en esta materia es muy sencillo
y toca a los funcionarios en turno solazarse. Sin embargo, la mayoría
de los textos que integran 70 años de artes plásticas
en el Palacio de Bellas Artes marcan un puntual repaso sobre el quehacer
plástico que explota en el interior del Palacio y se detienen en
etapas centrales de la plástica mexicana, cuyas consecuencias y
generosidades, sin duda, se proyectan hacia la vida cultural del país.
Si pudiéramos resumir en pocas palabras las siete décadas de artes plásticas en Bellas Artes, diríamos que se pasó de la exaltación nacionalista a la exhibición sistemática del patrimonio nacional. En este sentido, la gran colectiva Confrontación 66 fue un cisma necesario dentro del desarrollo de las exposiciones del Palacio, un encuentro notable que anunciaría los espesos procesos de cambio, pues, como refiere Carlos-Blas Galindo, esta muestra “permitió a los funcionarios del ramo evidenciar la existencia de un conflicto estilístico, pero sobre todo ideológico”. (Un paréntesis impertinente: ¿habrá Confrontación 06?)
De entrada, se nota que los especialistas que participaron en el libro se repartieron, o escogieron, los temas a tratar, pues los diversos escritos recogen momentos decisivos de la historia artística mexicana y no se repiten más que de manera aleatoria. Se incluye, al final, un apéndice con las exposiciones realizadas de 1934 a 2004. Casi todos los ensayos resultan oportunos y reveladores, aunque también hay textos soporíficos y completamente inútiles. Vale la pena detenerse un poco en algunos casos. Alejandrina Escudero, por ejemplo, esboza una especie de microhistoria acerca de los murales de los “tres grandes” que el Palacio alberga. Laura González Matute repasa, en un texto de verdad estimulante, los acontecimientos del arte internacional que se han presentado en el recinto palaciego, así como sus alrededores; aunque Alberto Híjar explora específicamente las intenciones que han propiciado las muestras de arte de nuestro continente, en un texto cuyo título parece inspirado en Martí: “Las Américas en Bellas Artes”. En “Raíces de la Nación”, Coral García Valencia se basa en datos duros y simples notas al calce: apuntes como “De las 168 exposiciones analizadas (64 colectivas y 104 individuales), las obras de la época mesoamericana y virreinal tuvieron el índice más bajo…”, etcétera. Pilar Maseda Martín, por su parte, ofrece una brillante lección de los subgéneros (artes decorativas y diseño), en la que en algún lugar se lee: “Su producción no está pensada para ser contemplada desinteresadamente; por el contrario, está hecha para ser usada y sacar provecho de su utilización. En lugar de contemplar sus obras –lo que también hacemos– más bien las disfrutamos en nuestro diario ir y venir.” Ana Garduño hace un severo análisis de los personajes que han delineado las políticas culturales, donde figuran los promotores y los políticos como “pensadores” de la plástica nacional, y los muralistas y pintores como protagonistas de lo que en definitiva es “el movimiento pictórico mexicano” –detonante privilegiado de polémicas nacionalistas–, relegando otras disciplinas como la escultura o la fotografía.
Pero el Palacio de Bellas Artes también es un laboratorio de afortunados experimentos que trascienden lo que se puede considerar como meramente institucional, tal como se advierte en las páginas que Nadia Ugalde Gómez le dedica a los salones, bienales y concursos como motores de cambio para las presentaciones artísticas y de franca apertura hacia las corrientes que potenciaron la variedad de discursos y soportes. En este sentido, es natural que más de un autor se haya preguntado sobre lo que ocurrirá en el Palacio de Bellas Artes, por lo menos en el mediano plazo. ¿Qué requisitos debe reunir, hoy en día, el artista que aspire a exhibir su obra en este lugar? ¿Qué tanto peso tienen los criterios que rigen lo que debe ser expuesto? ¿Qué tanto conviene que se exponga una cosa u otra? ¿Qué estrategias adoptarán las futuras autoridades culturales?
Setenta años después, penetrar en la historia del Palacio de Bellas Artes es más reconfortante que el espacio mismo. No parece ser el mejor lugar para que un artista muestre su trabajo, pero tal vez sea el de mayor prestigio del país. Además, surgieron otras opciones; no mejores, quizás, pero opciones al fin. Por si fuera poco, Bellas Artes no es el museo más cómodo que se pueda visitar: la bestia urbana se tragó a este monstruo de mármol. Pero bueno, ya ningún lugar de esta ciudad capital se salva del caos, de la basura, de la gente.
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