Á G O R A • • • • • •
 

Centro Nacional de las Artes,
ciudad de México.

 

 

 

El Centro Nacional de las Artes
y la política cultural

En noviembre de 1994 fue inaugurado el Centro Nacional de las Artes, bajo los auspicios del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Considerado uno de los iconos de la arquitectura contemporánea mexicana, en sus instalaciones alberga cinco escuelas de educación artística profesional y cuatro centros nacionales de investigación del Instituto Nacional de Bellas Artes.

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PILAR MASEDA M. HISTORIADORA
Investigadora del Cenidiap
pmasedam@yahoo.com

 

 

La historia de las políticas culturales del Estado mexicano, desde la segunda década del siglo XX hasta la fecha, puede dividirse, en términos generales, en tres partes: por un lado está la gran etapa del nacionalismo, postura que congregó a todas las manifestaciones artísticas y culturales a lo largo y ancho del país e incluso tuvo influencia en el extranjero; a pesar de que hacia la mitad de siglo XX vio llegar el momento de su agotamiento y necesario cambio, en el periodo referido contó con varios representantes significativos y quizás pudiéramos situar su terminación real hasta finales de la década de 1970 y principios de la de 1980. Hoy en día todavía hay artistas que podríamos llamar “mexicanistas”, como Francisco Toledo, pero que no responden ya a las principales características de aquel movimiento nacionalista revolucionario.

En segundo término el movimiento conocido como Ruptura, que surgió en los años cincuenta de la centuria pasada y que significó el cambio del nacionalismo para dirigirse de manera abierta hacia el internacionalismo. El país, a partir del gobierno de Miguel Alemán, como se ha repetido en tantas ocasiones, buscó la modernización, en especial la industrial, y puso su mirada en el exterior. Había pasado ya la etapa cabalmente posrevolucionaria en la que el interés era la constitución de la nación y, por tanto, la preocupación se volcaba hacia adentro para lograr la construcción de la misma con sus específicas cualidades. A partir del cambio se manifestaron diversas tendencias inspiradas en las vanguardias europeas y luego norteamericanas. Aunque aparentemente surgió una mayor libertad y se acusó a la etapa nacionalista de imposición de Estado, la verdad es que si tal liberación hubiese existido no se habrían dado tantas confrontaciones entre los nuevos artistas y corrientes y los que continuaban queriéndose expresar como antaño. Los primeros hicieron una gran campaña, no sólo dentro del ambiente artístico, sino hacia el Estado, con objeto de lograr ahora ellos la primacía de las preferencias. Es decir, en la primera etapa existió, sin duda, una dominante que inhibió otras manifestaciones, pero lo mismo ocurrió en la segunda.

Finalmente, a partir de los años ochenta la situación volvió a cambiar; las vanguardias pasaron a la historia y varios de los innovadores de La Ruptura se convirtieron también en un pasado que comenzaba a ser superado. Fue la época en que empezaron a manifestarse, en nuestro país, los planteamientos posmodernistas nacidos en los años sesenta. En esta última etapa se creó el Centro Nacional de las Artes (Cenart), a partir de una política cultural que a mi parecer es evidente a la vez que errónea. Antes de involucrarnos en los comentarios particulares, parece apropiado hacer algunos apuntamientos sobre el hecho de que en las artes se combinan, y así debe ser, los aspectos históricos con las innovaciones. Probablemente en las artes plásticas este fenómeno tiene sus particularidades en relación con las otras artes, pero existe en la forma de las colecciones de los museos. Si se piensa en la música, la danza y el teatro, a nadie se le ocurriría negar que debe seguir tocándose a Bach o Beethoven, ni en la danza que debe seguir presentándose El lago de los cisnes o El Quijote, etc. Lo mismo sucede en el teatro donde no sólo Shakespeare sino la tragedia griega continúan siendo motivo de representación.

Cierto es también que a partir de las obras antiguas existen posibilidades de inspiración para la renovación. El eclecticismo posmoderno nos lo corrobora. Por tanto, no debe buscarse, en ningún caso diría yo, la desaparición de las manifestaciones del pasado. Una actitud loable de la posmodernidad es justamente la flexibilidad, contraria al radicalismo moderno.

 

Política cultural “retorcidamente” elitista

¿Qué sucedió al crearse el Cenart? Quedaron fuera una serie de expresiones, especialmente aquellas de nuestro pasado artístico nacionalista. Por ejemplo, dentro del Sistema Nacional para la Enseñanza Profesional de la Danza (que se convertiría en la ahora Escuela Nacional de Danza) existían tres escuelas: la de danza clásica, la de contemporánea y la de folklore. Las dos primeras permanecieron y la última quedó fuera. Tampoco la Academia de la Danza Mexicana, cuyo proyecto consistía en crear y renovar a partir, sobre todo, de la danza folklórica combinada con la contemporánea, tuvo el honor de pisar el nuevo palacio de la cultura.Tenemos, asimismo, la exclusión de la Escuela de Artesanías. Como puede verse, existió, de manera no explícita, un rechazo a la etapa nacionalista del arte mexicano.

Además hubo una política cultural para la creación del Cenart retorcidamente elitista, con un concepto periclitado del arte. ¿A qué nos referimos? Por un lado, lo antiguo sí entró pero sólo en la “bella” forma del ballet clásico y, por otro, no se incluyó el diseño y la Escuela de Diseño tampoco fue privilegiada. Deducimos, de esos dos fenómenos, que esta disciplina fue vista como algo “impuro” para estar en ese recinto.

Cuando se creó el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), en 1946, el propio concepto de bellas artes había caducado, pertenecía al siglo XIX. Sin embargo, independientemente del nombre, en la práctica la política fue mucho más abierta que la que nos encontramos en la constitución del Cenart varias décadas después. Se fundó, por ejemplo, la Academia de la Danza Mexicana y posteriormente la Escuela de Folklore. Asimismo, se abrió un Centro Superior de Artes Aplicadas que después fue sustituido por la Escuela de Diseño y Artesanías, pionera, por cierto, de la enseñanza del diseño en el país.

Sin entrar aquí en planteamientos teóricos acerca de la relación arte-diseño, sí es necesario hacer algunos comentarios. Si nos remitimos a la Bauhaus, encontraremos que para ellos el diseño era una expresión artística sin lugar a dudas. En esta última etapa, que hemos llamado de la posmodernidad, varios teóricos han asentado que el arte está en crisis, que ya no es posible referirse a los conceptos modernos sobre el arte porque hoy ya no nos sirven para calificarlo. Para algunos el arte ha muerto, lo cual, entiéndase bien, no quiere decir que no existan manifestaciones estéticas en la sociedad actual, lo que sí quiere decir es que el concepto de “arte” como privó desde el Renacimiento hasta la mitad del siglo XX no existe. Por lo tanto, habría que dejar de hablar de arte, o al menos expander y actualizar el término. Otros autores, como Frederic Jameson, son más radicales y hablan del fin de la creatividad en nuestros días y de la pura práctica del reciclaje de lo anterior. Las vanguardias, nos consta, han sido recreadas y manoseadas hasta el aburrimiento.

Gérard Monnier, en su ensayo “Historia de las artes y tipología”, señala:

Esta integración al modelo industrial, en las condiciones de la demanda social de hoy en día, es el proceso principal que funda a la nueva tipología de las artes del periodo contemporáneo: a la antigua división arte monumental/objetos de colección se añade también una tipología fundada en la aplicación de las disciplinas artísticas industriales en dos categorías de espacio socializado: el espacio del entorno (de la ropa a los objetos y a la arquitectura) y el estadio de la información (imágenes multimedia). (1)

También nos comenta que existen muchos ejemplos “de ese crecimiento disciplinario de las artes del espacio y de las artes de la imagen” y nos recuerda que la integración de las artes en el mundo de la industria tiene lustros de existir cuando hablamos del campo de la moda. Yo añadiría que no sólo en este campo sino también, por ejemplo, en el del mobiliario o en el del cartel, etcétera.

Ante los argumentos anteriores, y muchos más que podríamos mencionar, resulta poco consistente dejar al diseño fuera de las artes visuales, separado de ellas.

¿A qué se debió, entonces, la política cultural que a nuestro parecer cometió los dos errores que hemos señalado? No encontramos respuesta ni en el contexto de las artes en México y el mundo, ni en el contexto político/social de aquel momento. Recordemos que nos encontrábamos en pleno despegue y éxito del neoliberalismo: la última y más actual política económica del mundo occidental.

Parecería ser, entonces, que la única respuesta es que respondió a caprichos sexenales y a los funcionarios del ámbito de la cultura y las artes, es decir, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el INBA, que los propiciaron; avalados, desde luego, por el Presidente de la República. Desgraciadamente en México no ha sido posible para los gobernantes sustraerse a generar este tipo de políticas sexenales caprichosas y en su lugar llevar a cabo proyectos más coherentes con la realidad de las manifestaciones culturales de que se trate y con la situación económica del país. Proyectos menos espectaculares y más eficientes. Esta calamidad sigue en pie, ejemplo de ello es la gran biblioteca que está gestando el presidente Vicente Fox. Parecería necesario hacer historias particulares de dichas veleidades, para ver qué tanto coinciden y qué tanto no con las necesidades reales. Esto sucede, por cierto, de manera generalizada; se da igualmente en otras muchas ramas y actividades. Vaivenes innecesarios que obstaculizan en muchas ocasiones el avance y la fluidez normal de los acontecimientos. Pretensiones de imponerle normas a la realidad.

Para nadie es un secreto que el INBA y el Conaculta, en esa época, entraron en un contrapunteo que se refleja y perjudica hasta la fecha. Nadie parece saber, excepto los funcionarios de aquel entonces, a quién le tocó la principal responsabilidad de instrumentar tales políticas. Se podría pensar que al INBA, pues las escuelas siguen perteneciendo directamente a él y no al Cenart, pero como el INBA a su vez pertenece (ilegalmente, pero de facto) al Conaculta, al igual que el Cenart, nos quedamos con una hipótesis sumamente débil.

Asimismo, hay que decir y reconocer que, nos guste el “estilo” o no, en lo que se refiere a la arquitectura presente en el Centro Nacional de la Artes se apegaron, ahí sí, a la corriente más en boga, la del eclecticismo. No sólo por la diferencia de estilos entre los diversos edificios, sino por la poco convencional distribución espacial general, la cual, por cierto, no favorece la intercomunicación entre los distintos artistas –músicos, bailarines, teatreros, artistas visuales– sino que, por el contrario, parece estar hecha ex profeso para aislar a cada escuela de las demás. Otro ejemplo de actualidad en el Cenart lo constituye el Centro Multimedia; ahí también estuvieron al día.

Esta información parecería llevarnos de nueva cuenta a culpabilizar al INBA de tales políticas culturales, pero en todo caso tendría que hacerse sólo con los funcionarios, puesto que las comunidades escolares no fueron consultadas y de súbito se encontraron algunas con espacios o más restringidos que aquéllos de que gozaban o poco funcionales, lo cual resultó todo un descalabro para algunas, como lo fue en especial para el Conservatorio Nacional de Música que, después de unos años, abandonó el Cenart.

Así, parecería necesario, para llevar a cabo una historia de las políticas culturales o artísticas de nuestro país, proceder de la siguiente manera. En primer lugar, analizar el panorama de la cultura y las artes de un periodo más o menos extenso, contextualizándolo con los acontecimientos económicos, políticos y sociales. En segundo lugar, ir a la particularidad, estudiar las acciones sexenales para constatar qué tanto sus políticas culturales se separan o no de las permanencias encontradas en el panorama general contruido y qué tanto lo influyen. Igualmente importante sería ver de qué tipo es esta influencia, si negativa o positiva para el avance de la cultura y el arte.

Es debido a los vaivenes de las políticas sexenales que considero necesario proceder de lo general a lo particular. De otro modo se podría hacer una descripción de lo ocurrido en cada periodo gubernamental, pero la interpretación resultaría demasiado particular y seguramente desconectada del anterior o del siguiente.

 

Nota
1. “Historia de las artes y tipología”, Jean-Pierre Rioux y Jean-Francois Sirinelli (comp.), Para una historia cultural, México, Taurus, 1999.

 

 

 

Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda,
en el Centro Nacional de las Artes.
Foto: Tlaoli Ramírez.

 

Acceso al Teatro de las Artes en el Centro Nacional de las Artes.