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Los títulos de las obras en Principio de Incertidumbre fueron elocuentes: Quasar, Neutrinos, Modelo Teórico, Premisa e Insubordinación, entre otros; creaciones que llevaron al visitante por los senderos del macrocosmos en un viaje de luces intermitentes, en el que las constelaciones lograron diluir sus particularidades para establecer un diálogo de identidad que convergía en el origen de los tiempos cósmicos.
La muestra condujo a una vivencia plástica de fenómenos físicos que remitían a experiencias abstractas, como el rumor de los electrones de un plasma que en su movimiento chocan con los átomos del medio circundante.
El reto de Beatriz Ezban fue trasladar al lienzo las
experiencias de la radioastronomía. El radar, la longitud de las
ondas, la energía y la temperatura, se dieron cita como concepciones,
para ser evocadas por medio de la creación plástica. Las
contrapartes de las zonas galácticas con la corona solar, donde
las bajas y elevadas temperaturas son la constante, se proyectaron en
líneas entre cortadas e intermitentes que parecían reproducir
los rayos X, equiparándolos con el sonido de un aparato receptor.
En la producción de la artista estuvo presente la inquietud por develar los secretos solares y galácticos, conocer sus fluctuaciones y representarlos en el soporte de la obra. La creadora se dio a la tarea de plasmar, a través de los colores, las formas, las texturas y la composición abstracta, los fenómenos astronómicos en sus múltiples comportamientos. Por el manejo cromático que utilizó se estuvo ante la presencia, más que de las explosiones solares, de la emisión gélida de las ondas galácticas, en donde los efectos lumínicos se tornaron un torrente de claridad.
Resulta claro cómo Beatriz Ezban, motivada por la acogida de su proyecto, seleccionado por el Comité de Exposiciones del Museo de Arte Moderno entre un amplio número de propuestas de diversos artistas, inició con énfasis creativo la proyección de sus incógnitas, para mostrar, mediante irradiaciones luminarias, los fenómenos celestes, físicos y matéricos que marcaron el principio sideral.
Partículas incandescentes poblaron sus telas en un caos primigenio, que paulatinamente conducía a la búsqueda de un nuevo orden cosmogónico. Las formas alumínicas se complementaron de pequeñas manchas que transitaban entre el azul cobalto, el rojo carmín y el violáceo, sumergidas en los océanos platinados de sus lienzos.
El color argento, un desafío a la paleta tradicional contemporánea, enmarcó los enigmas, las búsquedas y las proyecciones de la artista. La textura de sus lienzos dotó a las obras de una sensualidad austera y refinada, que pausadamente envolvía a los presentes.
Océanos, turbulencias y remolinos; el movimiento constante y la dialéctica del inicio, emergían de la obra de Ezban como signos de su creación.
El público participó, mientras duró la exposición, de la experiencia de involucrarse en el caos, la gravitación, la fisión y la desintegración de la fosforescencia, para ulteriormente ver proyectar en los límites de las ideas del pensamiento el axioma de la tensión.
Teoría ondulatoria conducía a
un remanso que simulaba el origen fantasmal de la materia. Así,
la experiencia de interrelacionarse con el mundo de Beatriz Ezban proyectó
la sensación de penetrar en el laberinto de los significados, de
las incógnitas, de las deducciones y de los paradigmas del ser.
Las ataduras encontraron su referente en el Deseo
irreflexivo o en la Infinidad repetida. Su obra hizo conciencia
también de que está presente la guerra, el exilio, la desesperanza
y la búsqueda de un nuevo orden cosmogónico y terrenal,
representado metafóricamente en Principio de exclusión,
Mar de sintonía y Resonancia.
Invitada con nueve meses de anticipación, la pintora se consagró de manera exhaustiva a completar, en ese lapso, un conjunto de cuadros que, al mismo tiempo que incluían trazos, texturas y formas de sus anteriores creaciones, abrían nuevos horizontes a su producción posterior.
Desde su inicio, la serie de obras de Beatriz Ezban estuvieron marcadas por la experimentación cromática y propositiva. Sus pinturas, concebidas en gran formato (aproximadamente de 200 x 220 cm), fueron elaboradas bajo la técnica del óleo, el aluminio y la cera sobre algodón, lo que provocó en el espectador una vivencia casi inédita, signada por las tonalidades plateadas que irradia el aluminio.
La museografía fue contundente para resaltar el valor plástico de la creadora. Montada en espacios puristas, bajo una iluminación pertinente, permitió destacar la obra bajo una dimensión grandilocuente, así como sobria y templada, que resaltaba la temática de la física cuántica, entre otros asuntos tratados por la pintora.
El hilo conductor de la muestra parecía gravitar
desde el caos iniciático, abordado con incidencias de pequeñas
pinceladas bicromas, hacia líneas contundentes que marcaban una
ruptura, un lapso, un alto o una nueva significación en el devenir,
identificado con el políptico Insubordinación I, II,
III, IV. Esta división daba cauce a otra fase, en la que la
factura de la pincelada remitía, además de a la gravitación
y el torbellino, a imágenes que nuevamente abordaban la Teoría
del caos y el Spin, para situarse en los encuentros de la fisión.
La ruptura una vez más se hizo presente en Monumento lineal,
que desembocaba en Tensión superficial, para abordar otra
serie que culminaba en las curvilíneas esquemáticas del
Deseo irreflexivo o la Infinidad relativa que se identificaban
con microorganismos o espermatozoides entrelazados.
Ante la obra de Beatriz Ezban se transita el universo celeste, se palpa el microcosmos y, finalmente, se penetra en el mundo intrínseco y sensorial del ser humano ante sus dramáticas paradojas.
Revisar la obra de Ezban y compenetrarse con su mundo conlleva a una vivencia que incita a asir nuestro pasado cósmico, celeste y ancestral, donde las leyes del universo confluyen en la interioridad del ser humano. |
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