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La curaduría homeopática*
Frente a la pregunta ¿curaduría: cómo, por quién, para quiénes?, el autor del presente texto define lo que él llama “la curaduría homeopática”, mostrándola como una estrategia difusa de interacción cultural en la jungla de electrones y asfalto que caracteriza a las sociedades contemporáneas.
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EDUARDO ABAROA •
PRODUCTOR Y RESEÑISTA
DE ARTE CONTEMPORÁNEO
¿Cómo, por quién,
para quiénes? Ante estas preguntas acerca de la curaduría,
primero tendríamos que preguntar ¿dónde? Y no me
refiero aquí necesariamente a un país o ciudad específicos,
sino a un "lugar" en la cultura. No creo que se pretenda que
la curaduría de exposiciones se realice de la misma manera en una
galería de Estados Unidos que en una casa abandonada de alguna
ciudad mexicana, ni tampoco creo que las variables sean las mismas en
un museo de Sao Paulo que en el Guggenheim de Bilbao. Cada contexto exige
diferentes respuestas a esa pregunta. Los espacios alternativos o improvisados
para exposiciones tienen objetivos y métodos distintos a los de
los museos, y los museos estatales tienen una obligación distinta
a la de los museos privados. Además de toda esta complejidad, que
ya es suficiente para marear a cualquiera, tenemos que la pregunta cambia
según quién la formule. Responder del mismo modo a un estudiante
de arte de veinte años de edad y a un burócrata cultural
sería una tontería. Vamos a imaginar, sin embargo, que esta
pregunta nos las hace ese ciudadano que exige su educación integral,
es decir, nadie, una abstracción. Pero una abstracción poderosa.
Se trata nada más y nada menos que de la principal exigencia del
Estado que, con todo y todo, podemos decir (más nos vale poder
decirlo) representa, precariamente, una voluntad nacional. No podemos
detenernos aquí a hacer un esbozo de cómo en México
se ha desarrollado la idea del arte como exigencia educativa desde tiempos
de Vasconcelos, pero es importante tener claro que esta exigencia responde
a circunstancias particulares de este país y que admitirla ciegamente
como una narrativa universal, vagamente política, es un poco irresponsable.
Entonces quedamos en que la pregunta la hace el Estado,
pero nos falta un elemento, ¿quién la contesta? Y bueno
pues allí me toca a mí, pero resulta que yo he hecho de
curador en unas cuantas exposiciones, he realizado unas cuantas obras
pretendidamente artísticas y he escrito acerca de las obras de
otras personas en un foro público. Y aludo a esto no porque esté
yo cayendo en un monólogo narcisista, sino porque en el quehacer
del arte contemporáneo, y bien sabemos que el de México
no es excepción, mucha gente cumple funciones diferentes según
surjan distintas necesidades personales y también circunstancias
que para el ejercicio de una sola actividad es casi forzoso atacar multidisciplinariamente.
Muchas veces los que trabajamos de esta manera encontramos lo que parecen
conflictos de intereses: si somos artistas y escribimos unos cuantos elogios
sobre alguna exposición de una galería, a lo mejor al rato
nos encontramos exponiendo allí; si seleccionamos como curadores
a un artista que tenga un espacio alternativo, a lo mejor luego nos invitará
a exponer; si somos artistas y críticos, o críticos
y curadores, nos veremos muy sospechosos al criticar las exposiciones
que organizan los demás. El conflicto de intereses no se da tan
sólo en ese sentido, sino también entre nuestra personalidad
múltiple. No les va a quedar más remedio que pensar las
siguientes ideas como si se encontraran frente a un charlatán que,
como todos los charlatanes, tiene algo de experiencia callejera que podría
ser útil y algo indefinido frente a lo cual hay que tener una buena
dosis de precaución.
Curador... del zoológico
De los diferentes significados que se le dan a la palabra
curador, el que más me gusta es aquel que le endilga el término
no sólo a quien cuida una colección de arte, sino también
a alguien que cuida cualquier espacio de exhibición, incluyendo
un zoológico, o tal vez un espectáculo de fenómenos
de circo. Verlo así se acerca más al carácter de
cómo entiendo yo hoy la posibilidad de lo artístico. El
curador se encarga de seleccionar aquellas bestias interesantes por bonitas,
feas, elegantes, grotescas, grandes, chicas, amables, peligrosas, antiguas,
nuevas, etcétera. Para cumplir con su trabajo tiene que mantener
en buen estado sus jaulas, darles de comer, saber cómo se encontrarán
más a gusto, verificar sus hábitos y ver si algún
día se reproducen. Habrá que decir que los animales de este
zoológico son más fáciles de cuidar porque habitualmente
son ellos los que quieren meterse en la jaula, a diferencia de los animales
no racionales que suelen tener más claro lo que significa la libertad.
Pero resulta que en el caso del arte contemporáneo no basta quedarse
tranquilo en el zoológico cuidando a nuestras mascotas, sino que
además hay que ponerse su casquito de cazador y las bermudas e
irse de safari. Allí tenemos al curador independiente, que más
que cuidar un zoológico se encarga de encontrar los especimenes.
Ahora bien, contemplemos el caso de que un espectador interesado le pregunta
al curador, "oiga pero yo veo allí un perro muy común,
no tiene nada de especial, ni es muy horrible ni muy bonito, nada. Yo
pagué la entrada por ver algo que no veo todos los días
¿por qué lo puso en la exhibición?" El curador
puede responderle varias cosas. Por ejemplo, darle una torre de libros
de taxonomía y decirle que en la especie de los perros ese es un
espécimen muy raro y que merece conservarse. Es más, puede
decirle que ese animal parece perro pero que en realidad es un tucán
o cualquier otra bestia. Otra posibilidad es que le diga: "¡Ah!,
pero es que este perro habla." Y si se verifica que el perro sólo
es capaz de ladrar, el curador todavía tiene una salida: "Mire,
no se preocupe, se lo vendo, y si vive un rato con él, verá
que al rato ya le entiende." En el peor de los casos, el curador
puede decirle: "¡Ah!, pero es que este perro no tenía
dónde vivir y lo metimos en la jaula porque nos dio lástima,
¡pobrecito!"
Curador curandero
Sé que la caricatura que he trazado es demasiado
cínica para algunos. Sin embargo, me parece que algo dice acerca
de los problemas que enfrentamos los que trabajamos en arte contemporáneo
cotidianamente. El curador no sólo selecciona y cuida aquello que
se exhibe, también ha de explicar o informar acerca de por qué
es interesante aquello que se exhibe. En el caso del arte contemporáneo,
el curador es una figura que se ve en la situación de explicar
sus criterios de selección constantemente. ¡Pero, esperen!
Hay otra variante del curador, que surge atemporalmente cuando se hace
la pregunta demasiado en serio: ¿y esto, para qué sirve?
Es una opción que hace uso de otra de las piruetas etimológicas
de la misma palabra: el curador como curandero. Nótese que en el
caso de la interpretación teratológica o espectacular de
la curaduría (que describí con la metáfora del zoológico)
el criterio de elección parte de la premisa “esto es interesante”
y no de “esto es importante”. El curador curandero,
a diferencia del curador del zoológico, cree, o quiere creer, que
aquello que exhibe no sólo es interesante sino también
importante, muy importante. Digamos que supone o se comporta como si eso
que exhibe fuera tan importante que sirve nada más y nada menos
que como punta de lanza, de vanguardia o de bálsamo espiritual
para que el resto de la sociedad tome conciencia de sus males reales o
imaginarios y se corrija; en ese sentido parecería que esta variante
de curador pretende curar a la sociedad. Los curadores de arte contemporáneo
se ven diariamente obligados a confrontar esta dualidad de lo interesante
y lo importante. Noten el peso de ambas palabras: interesante implica
una cierta generosidad y ligereza, una disposición de curiosidad
frente a lo que tenemos en frente. Lo importante, por otro lado, se oye
mucho más pesado, algo frente a lo cual hay que tener respeto y
alguna forma de obediencia. Una aclaración: estos personajes no
se aplican a una u otra persona específica, son parodias de los
fragmentos de los que nos constituimos, de los diferentes discursos que
atraviesan el pensamiento de todos los que alguna vez nos hemos planteado
el problema de la curaduría.
Hay que darle un poco de crédito a este curandero.
Después de todo, el arte institucional ha sido, las más
de las veces, una actividad parasitaria, siempre al servicio de un proyecto
religioso, filosófico o ideológico del que a la vez
se sirve y al que pretende servir. No hay que divagar demasiado, pero
¿cómo podríamos olvidar tantas y tantas vanguardias
y movimientos artísticos del siglo XX? Tenemos ahí un gigantesco
muestrario de fundamentos y programas para la actividad artística,
un bestiario que no puede dejar fuera a artistas que – como Picasso,
algunos surrealistas o los muralistas mexicanos– se vieron seducidos
por la promesa marxista, pero que tampoco excluye discursos esotéricos
o teológicos como los de artistas tan diferentes entre sí
como Piet Mondrian y Joseph Beuys. Estos programas veían la
actividad del arte como parte de una posición revolucionaria o
mesiánica que finalmente repercutiría en el resto de la
sociedad. No importa qué tan largo fuera el camino, los artistas
fueron capaces de soñar mundos mejores, utopías cuya existencia
se aproximaba a la ejecución de sus obras personales. Una versión
más de las vanguardias defiende la causa del arte autónomo,
el arte por el arte, un movimiento que podemos verificar desde la crítica
de Ortega y Gasset hasta Clement Greenberg y que finalmente fue referida
como Modernismo, con mayúscula. Ciertamente hay proyectos en el
arte del siglo XX que no fueron utópicos, pero también es
cierto que la idea del arte como catalizador social goza de hegemonía
en el arte contemporáneo.
Curador homeopático
Podemos interpretar maliciosamente que esta proliferación
de discursos y programas, esta liberación de las ataduras de las
convenciones, esta orgía –como le llamó Jean Baudrillard
al fenecer el siglo–, este derrumbamiento casi compulsivo de antiguos
mitos y jerarquías, no reveló una coherencia de objetivos,
mucho menos una capacidad visionaria que permita presentar hoy a las artes
de vanguardia como elemento fundamental de cambios sociales trascendentes.
No es la proliferación de programas reales lo que movía
al arte del siglo XX, es el insoportable vacío, la náusea
que provoca la pérdida de sentido y la ineficacia de los paradigmas
de las sociedades en su conjunto, inmersas en una crisis de la que cada
vez vemos menos salida.
Lo que hoy llamamos arte contemporáneo está muy lejos de ser una de las manifestaciones culturales representativas de las sociedades contemporáneas. Desde el punto de vista de la actividad política, hemos podido darnos cuenta de que las instituciones artísticas presentan muchos problemas para lograr resultados reales. A pesar de las grandes exposiciones, la cantidad de dinero gastada en museos espectaculares y el aire mesiánico trasnochado de algunos de los involucrados, hay que admitir que el mundo de galerías, museos y espacios independientes conforma hoy una manifestación cultural marginal, en términos anticuados: un arte menor. Pero además es un arte menor que en sus canales de distribución principales adolece de una poderosa hegemonía (yo no le puedo llamar monopolio) que ha transformado paulatinamente el arte contemporáneo en una más de las versiones del mundo del espectáculo. Nos hemos quedado, a principios del siglo XXI, con una náusea, una falta de sentido y una ineficacia de los paradigmas que se parece en cierto modo a la que presenciaron el surgimiento de las vanguardias. Un crítico hace poco hizo una reseña sobre una compilación reciente de manifiestos artísticos. En ella recalcaba que ninguno de esos programas se había cumplido, afortunadamente.
Aquí es donde el curador curandero queda abatido
por la melancolía. Lo que hace no es tan importante y viable para
la transformación de la sociedad como él creía. Peor
aún si es un curador de museo, para recaudar fondos tendrá
que explicar a los políticos en qué beneficia eso que exhibe
al resto de la sociedad. Y se pregunta: ¿en qué beneficia
esto a la educación integral del ciudadano? Y en este momento una
de mis personalidades brinca y es la de pretendido artista. El fantasma
artístico dice: "Mira, yo conozco a los artistas muy bien
y me gustaría desengañarte. El arte no es un programa político,
no es una moral y menos una religión que prometa resultados. No
te dejes confundir por nuestros ademanes, o por nuestros sueños
de grandeza, mucho menos por nuestros planes. Aun mientras prometemos
armonía sólo tenemos artificios, imágenes, construcciones.
El orden apolíneo sólo es el deseo de nuestra propia unidad,
de cuya falta adolecemos. La rabiosa furia dionisíaca es producto
de nuestro incurable aislamiento. Nuestras ideas vienen más
como excusas y productos de un delirio que de un desarrollo racional.
Si la mayoría de nosotros tenemos problemas administrando nuestros
propios bolsillos, ¿qué papel haríamos organizando
su sociedad? El arte es muy importante para nosotros, pero no de la misma
manera que la reforma agraria. Más que ver la sensibilidad artística
como una cosa benéfica, luchamos con ella y contra ella todos los
días. Es tiránica, no obedece ninguna ley más que
la suya, y si algún día se encuentra alguna otra ley que
le convenga la pervierte, a veces sin que nos demos cuenta. Créeme
que lo importante no es el prestigio, ni el dinero, ni el currículum,
es esta capacidad de estar probando la libertad, de intercambiar todos
los ladrillos para encontrar la mejor manera de auto-destruirnos simbólicamente.
Si los demás ven en lo que hacemos algo que les sirva, pues que
vengan. No es sólo por eliminar la competencia que no creemos que
todos debieran ser como nosotros o participar de lo que hacemos, pero
si podemos transmitir esa energía ante el conflicto, esa fe entusiasta
requerida por nuestros caprichos, entonces vengan todos, dennos el dinero
y todo lo valioso que tengan, ya veremos la manera de destruirlo juntos."
Pobre curador curandero. ¿Y cómo va a seguir
con su consigna progresista si los artistas tomamos posiciones tan infantiles?
Pero no hay que desanimarse, ya que es posible ejercer la curaduría
homeopática. Como ustedes saben esta práctica se distingue
de la medicina alópata en que mientras esta última ofrece
una sustancia diferente de la que está ocasionando el desbalance
orgánico, la homeopatía ofrece el mismo elemento patógeno
para obtener la curación. Si el enfermo sufre de angustia existencial,
de depresión, de problemas de despersonificación, de alienación
y esquizofrenia, vamos a darle un poco más de los mismos. Ciertamente
esta cura no puede ejercerse en todos los casos. Recomendamos la curaduría
homeopática en aquellos contextos que, como el de México
y otros países, no se cuenta con instituciones artísticas
tan estructuradas como en las grandes economías occidentales. Si
el arte sólo florece en su aspecto espectacular, si el público
y los recursos no llegan a nosotros más que en el vago sueño
de una contemporaneidad reluciente, quasi-metafísica ¡no
se preocupe! Puede fácilmente estructurarse un rudimentario star
system para deslumbrar, atraer, seducir a los ciudadanos. Olvídese
de esas pesadas discusiones, de esos recuentos de carencias y de la falta
de preparación que exhibimos los profesionales. Llegue con entusiasmo
maquiavélico a afirmar que ese arte es fantástico, que lo
que predica es benéfico o por lo menos liberador y que la necesidad
de todos es apoyarlo. Si en los libros de teoría y filosofía
contemporánea no encuentra nada que legitime su práctica,
invente algo usted. De la nada, si es necesario adapte, ponga de cabeza
las teorías existentes.
Contrariamente a lo que se opina con frecuencia, las mejores causas requieren
más de entusiasmo que de sabiduría. Parecerá una
contradicción, una auténtica tontería retrógrada
lo que estoy diciendo. Pero es más claro que el agua que lo que
menos requiere un enfermo de escasa edad es críticas y recriminaciones.
Tal vez algo de indulgencia en el capitalismo artístico actual
nos procure los recursos con los que vamos a construir una maquinaria
académica que enriquezca, no que quiera regular lo que hacemos.
¿Que nos vamos a equivocar? pues es casi seguro, pero si por medio
de artificios y engaños conseguimos construir un campo de acción
para que florezca el monstruo, ya vendrán otros a decirnos nuestros
defectos y a corregir lo que construyamos. Probablemente cayeron ustedes
en la trampa que puse hace un momento, una diatriba que quiere reducir
de manera simplista los logros de la cultura del siglo XX. Es posible,
aun sin desdecirme, admirar la voluntad delirante, los fantásticos
aciertos y desaciertos de todos esos artistas que hoy disfrutamos con
asombro e incredulidad. Ese arte debe valorarse, no como una colección
de soluciones, que en realidad nunca lo fueron, sino como el intento inconcluso
de darle un sentido estético a la vida ante una crisis tan horrible
como es posible imaginar: la historia del siglo XX.
La curaduría homeopática tiene sus riesgos.
No hay que pasarse de la dosis, si no queremos ver muerto al enfermo.
Ciertas cosas simple y llanamente no deben hacerse. La primera regla es
cautela, sobre todo cautela ante la vacua repetición de consignas
que se interpretan como universalmente virtuosas. La segunda, desobediencia.
¿De qué nos sirve obedecer ciegamente las jerarquías
espectaculares propias o extrañas? Para los fines de este tipo
particular de cura, de nada. La aplicación de la curaduría
homeopática es local y, por lo tanto, requiere de soluciones locales.
¿No es cierto que una de las causas del subdesarrollo en muchos
países es la explosión demográfica, provocada en
parte por la disponibilidad prematura de la medicina occidental en sus
poblaciones? El curador selecciona los elementos cancerígenos,
virulentos, depresivos o venenosos del sistema, y cuidadosamente los administra
en su lugar de origen. Es de primordial importancia saber que las soluciones
de un lugar pueden ser fatales en otro. Nos parece que es justo admitir
que las ideas que utilizamos para pensar en la curaduría suenan
bien extrañas a nuestras sociedades. Se ha hablado de una estandarización
mundial, de una globalización cada vez más rotunda que tiende
a unificar las regiones. En mi experiencia, concedo que hay un modo espectacular
de ver el mundo y una axiomática capitalista ineludible, cada lugar
sufre de diferentes intensidades de éstas y, sobre todo, absorbe
peculiarmente las influencias de lo que ve como centro. También
es diferente la noción y la importancia de lo que se percibe
como central y muchas veces puede ser hegemónica una construcción
completamente equivocada. Por otro lado, en lo que respecta al arte contemporáneo
los supuestos centros están tan lejos todavía de ser globales
que da risa. No hay que sucumbir a los discursos que disfrazados de crítica
dan otra vuelta de tuerca a la arrogancia de la cultura occidental. Por
supuesto que todos podemos ver en nuestro pueblo una revista importada
con las últimas tendencias de la moda artística, nos podemos
aprender unos cuantos nombres. Pero el curador no puede creer que por
el simple hecho de que una cosa es pertinente para el que hace la revista
ya automáticamente lo sea para todo el mundo. Esa cuestión
elemental no requiere de mucha teoría crítica, es simple
sentido común. Ninguna muestra itinerante se ve en todo el mundo
y yo por lo menos nunca he puesto pie en ninguna exposición “blockbuster”
o una bienal ni creo que me afecte mucho que en otros lugares las hagan.
Claro que si me invitan voy. Pero hay que concentrarse, tampoco es verdad
que el arte se comporte de la misma manera que el progreso tecnológico,
un prejuicio casi inconsciente que atraviesa los planteamientos de muchos
movimientos artísticos. En materia de cultura, una expresión
finalmente hegemónica puede surgir del lugar que sufre la peor
marginación, de hecho es casi ya una estrategia generalizada el
aparentar dicha marginación. Pero no quiero que vayan a confundir
lo que digo con una postura nacionalista. Nada más alejado de mi
propósito. El enfoque regional puede ser ejercido con singular
eficacia por un extranjero que por su condición y punto de vista
tiene una perspectiva fresca de un lugar. Hemos visto ya una multitud
de estos especimenes por aquí. El hacerse de un lugar no equivale
a obedecer las diferentes narrativas nacionales, más bien exige
lo contrario.
Es aquí donde ya tiene que afrontarse la pregunta
del ciudadano y su educación integral. La respuesta que yo sostengo
es que las expresiones artísticas siempre son el capital cultural
de un grupo reducido y no pueden pasar a ser de consumo masivo si antes
no se les deforma, se les corta un pedazo o se suavizan para que sean
comprensibles. Este argumento no quiere decir que estemos a favor de las
elites culturales que suelen instituirse como autoridades para legitimar
las estructuras de poder, aunque tampoco estamos preparados a afirmar
que los productos de esas elites son por esa única razón
completamente carentes de valor. Como se ha observado muchas veces, éstas
suelen imponer parámetros de legibilidad y cooptar los medios de
difusión de las obras y las ideas. Pero resulta que es precisamente
en el nombre de ese ciudadano anónimo en el que los medios masivos
cooptan e imponen los parámetros de legibilidad en las sociedades
contemporáneas. Nos rehusamos a diluirnos en exigencias abstractas.
Nosotros preferimos tomar la democracia como una serie de derechos que
exige también responsabilidades, pero no se nos ocurre que la educación
artística es un derecho que también debería exigir
una responsabilidad, y la responsabilidad consiste, en este caso, en tener
la curiosidad y la generosidad necesaria para poder interesarse en algo.
A diferencia de lo que cree la mayoría de los que asisten a un
museo o que de alguna manera están interesados en el arte, nunca
se trata de obedecer. Los curadores homeopáticos se verán
obligados a afrontar este enigma con astucia e imaginación en el
lugar que escojan, evadiendo siempre la medianía y la destilación,
pero también la arrogancia intelectual y el sectarismo.
Nota
1. Texto leído el 25 de enero de 2002
en el Teatro de la Danza del Centro Cultural del Bosque en la ciudad de
México, durante el primer Simposio Internacional de Teoría
sobre Arte Contemporáneo. “Intercambio de experiencias en
el arte contemporáneo. Crónicas, controversias y puentes.”
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