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El estado crítico... de la crítica
En “tiempos nublados” como los que vivimos, la actividad crítica requiere reencontrarse con el arte mismo, con la base fundamental de la concepción artística, para a partir de ahí emprender una discusión razonada de cada uno de los valores y niveles que componen toda representación plástica visual.
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ALBERTO GUTIÉRREZ CHONG
• ARTISTA VISUAL
Profesor de la Escuela Nacional de Pintura,
Escultura y Grabado La Esmeralda
agchong@att.net.mx
Que la crítica es importante, no
cabe ni la menor duda. Que se ejerce de manera hasta endeble por falta
de apoyos y estímulos, es cierto. Que algunos de los años
más fecundos fueron tal vez la década de 1960 y buena parte
de la de 1970, porque efectivamente había una alternancia de opinión,
ahí están los textos. Que poco a poco dejó de tener
presencia en los medios impresos o electrónicos, basta confirmarlo
hasta en los sitios específicos para la “difusión
de la cultura”. Que existe un franco deterioro de quien la ejerce
(salvo todavía excepciones muy honrosas), es un hecho. Que hay
un interés reciente por recuperar su función, en nuevas
publicaciones para ese fin, hay que aplaudirlas, buscarlas con lupa y
esperar una nueva responsabilidad y credibilidad. Que hay “críticos”
que todavía confunden la crítica con un ensayo, en el mejor
de los casos, o con una reseña de exposiciones, es de cada semana.
Que la crítica ha entrado en un letargo de caminar lo andado para
evitar riesgos o suponer una legitimidad sólo con la apariencia
y la semejanza, es también un síntoma de que no llevará
a ningún lado. Que la crítica fue paulatinamente rebasada
por la diversidad y complejidad del arte más reciente, y su respuesta
profesional es escasa, resulta evidente. Que de igual manera también
subsiste ese tipo de “crítica” para los amigos, es
ya de franca abulia. Pero lo peor que pudo ocurrir, casi lo impensable,
al artista (principalmente de generaciones más recientes), al museo,
a la galería, por diversas condiciones y excusas, fue el desinterés
por la crítica. Se volvió más importante “un
texto” hasta a veces cualquiera que la función verdaderamente
mediadora, analítica, de la crítica de arte.
Por qué de esta especie de exilio, o autoexilio
forzado, es una pregunta que se debería afrontar si de verdad es
importante la crítica en estas disciplinas artísticas. Porque
ahora el “fenómeno” es realmente medroso, importa más
una espectacular difusión, el consumo inmediato y fugaz de las
cosas, sin que exista de por medio esa “eficaz crítica”
de los “productos artísticos”.
Pero, tal vez, los dos problemas, si es que lo son, que se deberían discutir más que soslayar son, en primer término, revitalizar y promover el compromiso del género. El reencuentro profesional de la crítica con el arte mismo, en sí mismo, es decir, reorientar la crítica del arte a la base fundamental de la concepción artística, con todo lo que eso conlleva, para a partir de ahí sí pretender una búsqueda, una discusión razonada de cada uno de los valores y niveles que componen toda representación plástica visual, más que el mero anecdotario de fórmulas comunes o el escenográfico desglose “biográfico” del “artista” en turno. Ya el maestro Juan Acha había presagiado: él “no era un crítico” sino un “teórico del arte” y con ello marcaba una diferencia de géneros y responsabilidades. Tal vez desde ahí, con esa visión, habrá que iniciar un análisis más profundo de esta necesaria actividad cultural y su impacto actual en la comunidad artística y en la sociedad.
El segundo punto a atender, desde mi personal visión, es la inesperada irrupción del fenómeno del “curador”. Si bien el mecanismo y las reglas de la promoción, difusión y mercado del arte tenían que cambiar, más por las circunstancias actuales –para ir a la búsqueda de un escenario más internacional o más “global”, sin duda importante y ya obligado– que por un proceso más natural de cambio, diametralmente necesario en las estructuras culturales del país, trajo consigo la novedad de esta figura que de la noche a la mañana repercutió “coyunturalmente” por todas las instituciones culturales sin ningún otro mérito aparente que autonombrarse, con cierto viso de enigma, “curador”.
Esta aparición, con esa aura de “celebridad”, fue una oportunidad única para redimir a algunos y formar a otros que, con una honesta vocación, han demostrado su franca capacidad y calidad con su trabajo. Prueba de ello es la “consagración” rotunda de esta por demás importante actividad cultural. Ojalá y no tengamos que esperar mucho para también empezar a ver, por qué no, un necesario “análisis crítico” del curador y las “curadurías”, ya que también se ha extendido lamentablemente un nuevo “síndrome”, el “del curador”: no parece importar la formación ni su profesionalidad, y ha sido tan próspero que “cundieron como conejos”, como decía un agudo y sarcástico artista, parafraseando aquella afirmación de entre finales del siglo XVI y principios del XVII y que todavía hoy causa tanta polémica: “en México hay más pintores que estiércol”.
El “curador” emergió “avalado” por las instituciones, principalmente las galerías, hasta llegar a ser un “independiente” que ofreció, y ofrece, no sólo la explicación “hablada”, sino además brinda “la exposición” en el “sitio adecuado”. En situaciones específicas deslinda una “justificación escrita” en el catálogo y la promesa de una “promoción internacional”, en el mejor de los casos todo ello certificado con el oficio del curador. Esto indudablemente tenía que repercutir de manera notable en esa “actividad”, vista ya de una manera “rancia”, que proponía la “tradicional” crítica del arte, muy a pesar de que el curador muchas veces mantenía los mismos “vicios”; el peor de ellos, la altanera “subordinación del artista”, producto ahora del “poder” y la complicidad de una desorientada burocracia institucional. Sin discusiones arcaicas, indudablemente esto resultó ser un mejor “paquete” para los artistas, las instituciones, las galerías y hasta para la prensa cultural.
Pero ante estas necesarias “novedades”, en este reajuste uno se pregunta por qué siempre una cosa suple a otra, tan arbitrariamente, hecho que ya es una “tradición” obligada de la cultura del país. Si algo se tendría que aprender muy bien de otras experiencias “internacionales”, es que en otros lugares es casi impensable presentar el trabajo, la revisión, el análisis de la obra de un artista sin el crítico del arte, sin el curador, el museógrafo, el historiador (investigador), en conjunto, en el orden que sean o resulten avalados, promovidos, apoyados, por la institución o la galería, incluso por el mercado y los coleccionistas.
Vuelvo a intentar creer, con un optimismo casi “surrealista”, que ya es más que justificada una auténtica y profunda revisión de las estructuras culturales del país, sobre todo en lo relacionado con las artes visuales en su conjunto, desde los museos a las escuelas, de los centros de investigación a actividades como las de curador, crítico de arte, promotores, etcétera, con una atinada y congruente dirección de las autoridades culturales y la búsqueda decididamente desprejuiciada de un amplio apoyo económico de los particulares. De esta manera tal vez sea posible lograr ese otro “orden”, más verídico, más objetivo, más consciente, más profesional, de lo que fue, ha sido y deberá ser la cultura, la historia artística del país, y más hoy en día de tiempos nublados, en que se ponen en entredicho y se reducen a cifras circunstanciales los asuntos culturales, más por ignorancia que por necedad.
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