Frida Kahlo
• tabla con diferentes firmas •
ca. 1948-1950, tinta china sobre madera, 41 x 61 cm. Foto: cortesía
Museo de Arte de Tlaxcala. Colección Gobierno del Estado de Tlaxcala/Instituto
Tlaxcalteca de Cultura.
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Frida: ¡viva la muerte viva!
El 6 y el 13 de julio de 2004 se cumplieron,
respectivamente, noventa y siete años del nacimiento y cincuenta
años del deceso de Frida Kahlo. Siempre resulta enriquecedor asomarse
a su vida y a su obra, porque ambas conservan un atractivo irresistible
al parecernos inagotables desde el punto de vista humano y estético.
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SOFÍA ROSALES Y JAIME
Investigadora del Cenidiap
Frida, probablemente la más
famosa pintora mexicana de la actualidad, nació en 1907. Después
de una infancia relativamente tranquila y rezandera bajo la influencia
materna y de sus hermanas, en la pubertad afloró su naturaleza
indómita volviéndose rebelde y voluntariosa. Contra la costumbre
(su madre era analfabeta), estudió y concluyó su formación
elemental, demostrando una inteligencia despierta y buena disposición
en esos tiempos de crisis revolucionaria que asolaban al país.
En 1922 ingresó a la Escuela
Nacional Preparatoria con la idea de estudiar medicina, pero no pasó
mucho antes de que se incorporara al grupo estudiantil "Los cachuchas",
donde la única otra mujer era la inquieta Aurora Reyes. A ésta,
su desempeño "cachuchesco" le valió regaños
y alguna paliza especialmente severa, ya que la adusta prefecta de San
Ildefonso había dicho a sus padres que sólo veía
un futuro para la joven: "o la cárcel o el prostíbulo".
Frida debe haber merecido iguales vaticinios pero, para su fortuna, su
padre no era un militar ni la molía a palos buscando corregirla.
Cuando Aurora pudo dejar la cama,
Frida participó, con su amiga y el resto del grupo, en el escarmiento
contra la causante del castigo: prepararon baldes con agua y líquidos
malolientes y, mientras algunos rijosos armaron una pelea y tremendo alboroto
que atrajo la atención de maestros y empleados, ellas con un pequeño
grupo aislaron a la prefecta, la empaparon, vapulearon y aterrorizaron,
advirtiéndole que eso era lo menos que le podría pasar si
volvía a acusar a alguna de ellas. Santo remedio.
Por ese tiempo Diego Rivera pintaba
su primera decoración mural, La Creación, en el Anfiteatro
de San Ildefonso y era la comidilla de los estudiantes y del mundo del
arte y la cultura. La precoz Frida se divertía espiando y molestando
a Diego y sus mujeres.
La situación económica
de la familia Kahlo no era cómoda y ella asumió que debía
ayudar y buscar empleo por las tardes, después de la escuela. Uno
de esos trabajos, en 1925 antes de su accidente, fue como aprendiz de
grabado, donde dibujó algunas copias. El 17 de septiembre de ese
año sufrió el accidente que no la mató de inmediato,
sino que acabó con ella lentamente a lo largo de años de
complicaciones y un pertinaz sufrimiento físico.
Es uno de los accidentes más
documentados por la historia del arte, ya que es la parte medular de la
mayoría de sus obras, señaladamente autobiográficas,
donde Frida oponía la actividad creativa (lúdica) a la presencia
cotidiana del dolor y a la sombra de la muerte, aunque su misma pintura
da cuenta de la paulatina decadencia.
En la actualidad, Frida Kahlo es
una celebridad conocida por los especialistas, los no especialistas y
hasta por los ajenos al arte, gracias a la divulgación que su vida
(más que su obra) ha recibido de unas décadas para acá.
Un indicador es que infinidad de niñas han sido bautizadas con
su hermoso nombre desde que comenzó a gozar de popularidad.
Se habla de "Frida" con
la familiaridad con que se nombra figuras del mundo del espectáculo,
cuya vida se exhibe en nefandos programas de televisión o en revistillas
de escándalo. Amoríos, sufrimiento, chismes, sexo, deslealtades,
líos familiares y sordideces en general son el pan de cada día
para capturar la atención de un público chato y elemental,
y Frida apenas se salva por la aureola maravillosa del arte y del talento
que la respaldan.
Porque en cada vida hay un sedimento indigno que forma parte de lo humano,
pero en especial el artista busca sublimar la elementalidad empleando
su tiempo, actividad mental, imaginación, recursos intuitivos y
capacidad de acción para dar forma, en el mundo material, a un
fragmento de algo mejor vislumbrado en otra esfera.
En los cuadros de Frida Kahlo,
ese sustrato trascendente que se encuentra bajo la capa de pintura es
susceptible de ser aprehendido, siempre y cuando exista la interacción
entre obra y espectador. Cuando eso se da, el diálogo que se establece
puede ser infinito y aportador. La expresión de Frida fue de tal
sinceridad que cada obra es un comprimido de vivencias transmutadas a
códigos pictóricos, donde permanecen listas para hacer contacto
con el centro emotivo-estético de quien la contempla.
En esta relación-comunicación
inagotable toda Frida está ahí y aunque muchos de sus cuadros
exhiben fragmentos del drama de su vida, no recurren a la sensiblería
telenovelera. A pesar del dolor físico y moral, su humorismo y
joie de vivre naturales consiguieron las más de las
veces suavizar cualquier tipo de autocompasión, transformándola
en cáustico y cínico sentido del humor.
Cerca del final, cuando sintió que no podía resistir más,
por sus siempre frustradas esperanzas de sanar, habló claramente
de desear rendirse suicidándose, así como tantas otras veces
aceptó operaciones. Si ella acabó con su vida o la enfermedad
encontró libre el camino en quien ya no quería luchar, no
tiene mucha importancia. En realidad, Frida vivió muriendo desde
su accidente y mientras la muerte se infiltraba poco a poco, ella pintaba
autorretratos y naturalezas vivas, sobreponiéndose valerosamente
a su presencia.
La Frida real y la Frida inventada
Cuando vivía, Frida era
un personaje sólido que obedecía a las leyes físicas
de la materia. Tenía masa, peso y ocupaba un lugar en el espacio.
Ya que sus dolencias limitaban su movilidad, consiguió que la montaña
se trasladara hasta donde estaba ella y convirtió su casa de Coyoacán
en un imán que atraía cuanto le interesaba. Además
de pintar, fumaba, reía, amaba y llevaba adelante el manejo de
su universo doméstico. Estaba al tanto de lo que sucedía
en el mundo pues recibía a amistades, amores, admiradores, alumnos
y clientes. Era el alma de su hogar y, aun en los peores momentos, el
apoyo del gran Diego. Pero ella encontró más apoyo en el
grupo de amigas solícitas y solidarias que siempre estuvieron cerca
cuando las cosas iban mal y necesitaba ayuda real y soluciones prácticas.
Muchos animales formaban parte
de su esfera y fueron eternizados abrazados o abrazándola, prestando
su salvaje belleza para "aurolear" el rostro donde Frida se
autorretrató. Monos, pericos, gatos, perros izcuintles y una golondrina
en su entrecejo la acompañan en diferentes cuadros, y de un ciervo
tomó la forma para alegorizar su tormento.
Pintó ideas, sentimientos,
anhelos, desesperanzas y lo que creía o quería creer sobre
sí misma. Su pintura es un diario de vida descarnado y a la vez
lleno de esperanza.
En estas crónicas podemos
reconocer dos vertientes diferenciadas: lo que plasmó sobre una
tela como un microuniverso, con un plan resuelto y cuidado en sus mínimos
detalles para que manifestara al máximo su intención, y
lo que "escribió" con imágenes nacidas de un impulso
en sus libretas empastadas.
Este lenguaje de Frida, mitad escritura
y mitad dibujo y color, no tiene la mesura que utilizaba para la realización
de sus óleos, puesto que es mucho más íntimo y personal.
Una idea al vuelo, un sueño entrevisto al despertar, un momento
feliz o desesperado, o la rabia sorda de sus largos confinamientos en
cama, fueron los motores de estas confidencias al papel fiel y memorioso
espejo donde dialogaba con sus demonios. De algunas de esas páginas
surgieron cuadros más elaborados.
Para ella, pintar tuvo dos utilidades:
una fue la ocupación que la liberaba del ghetto de su lastimado
cuerpo permitiéndole fugarse al poner toda su atención en
el lienzo como terreno de creación, y otra exorcizar sus conflictos,
arrojándolos fuera.
Así como El Bosco pudo resumir
en su pintura el denso imaginario medieval que no ha perdido vigencia
gracias a su capacidad de enlazarse con capas profundas de la sempiterna
humanidad, algunos cuadros de Frida pueden ser leídos en su dimensión
enraizada en el imaginario mesoamericano que persiste a través
de los siglos. En algunos, ella oficia como sacerdotisa de ritos de vida
y muerte para patentizar el frágil equilibrio Eros-Tanatos, ofreciéndose
como víctima propiciatoria que se inmola una y otra vez.
En su universo, la cama de hospital
parece ser el ara del sacrificio que recibe la sangre ceremonial para
fructificar en nueva vida. La recurrencia de esa horizontalidad sufriente
contrasta con la serie de autorretratos donde ella se encuentra en verticalidad
vital, enjaezada como deidad antigua y rodeada de criaturas primordiales
y amorosas. Entre ellas, monos y loros, fauna vinculada al humano en la
cadena evolutiva o en el don de la palabra. No son animales de ornato
ni serviles. Los monos son nuestro reflejo, incómodo para quienes
prefieren el mito del Edén, y los loros nos remedan al hablar por
hablar en su escaso vocabulario, como hacemos tantos.
Desde sus fotos de infancia podemos
apreciar que Frida necesitaba ser vista y tenía profunda conciencia
de ser observada. Su presencia era en sí misma un discurso calculado
y elaborado que sabía manejar. Las fotos donde aparece vestida
como impecable dandy, adueñada por completo del papel masculino,
denotan esa personalidad teatral y exhibicionista amante de la cámara.
Los numerosos autorretratos también señalan un gusto particular
por dejar testimonios de su presencia, siempre igual y siempre diferente.
Más que un trasfondo obsesivo o enfermizo en la reiteración
egocentrista, parece el regodeo lúdico de quien tiene el poder
de crear, de inventarse una y otra vez, dimensionándose a la medida
de su capricho o de su realidad cambiante. Pero sus recursos nada tenían
que ver con la sofisticación o la pedantería.
Como pintora Frida se promovía
a sí misma, en tiempos en que el corretaje de obra artística
se hacía "a mano" y las ventas se trabajaban entre amistades
y admiradores. Vivió siempre bordeando la estrechez económica,
al igual que muchos artistas de la época, cuya obra hoy se cotiza
en cantidades de seis dígitos para arriba. Además, sus convicciones
políticas eran antídoto natural contra la usura burguesa
y el mercado del arte estaba muy lejos de ser la aplanadora que es hoy.
La dependencia que adquirió
a ciertas drogas, como la morfina y la heroína, durante sus estancias
hospitalarias fue una permanente sangría a su economía,
atenuada apenas por su habilidad para conseguirlas lejos de las redes
criminales de distribución.
Pero todos estos asuntos extrapictóricos,
si bien ponen sazón a su novelada vida, no añaden un ápice
a su valor como artista creadora de una obra coherente, profunda y con
la virtud de lo atemporal. Sus cuadros inquietan y hasta lastiman por
la poderosa energía que ella poseía y que transmitió
a las telas; dominaba esa alquimia indescifrable de insuflar vida a un
poco de color o tinta.
Frida viva, pero sepultada
Hoy Frida yace sepultada bajo la
inercia de su propio mito, cada vez más descomunal. Ha sido creada
y recreada, inventada y transfigurada como marioneta, amplificando hasta
el paroxismo la dimensión de su sufrimiento físico y de
su amor por Diego, aunque siempre se filtran en la historia sus amantes
varones, sus devaneos lésbicos con mujeres hermosísimas
y su drogadicción. Tratar de explicar por qué Frida ha devenido
en mito es complicado porque no existe ninguna receta a seguir. Probablemente
se mezclan sucesos y condiciones objetivas con ingredientes aleatorios
tanto en el tiempo como en el espacio. Por sus circunstancias extremas
e irrepetibles, Frida vivió de manera tan intensa, anticonvencional
e instintiva que, los que para ella eran meros recursos de supervivencia,
se han tomado como piedra de escándalo.
Frida no era descocada y mucho
menos inconsciente. A pesar del humor socarrón que poseía,
seguramente habría de escandalizarse o enfurecerse si supiera los
precios multimillonarios que su obra ha alcanzado, y su afilada lengua
flagelaría a los que, valiéndose de la magia de la mercadotecnia,
se han enriquecido gracias a este boom creado a partir de su hechicera
personalidad.
La espera de cincuenta años
Antes de que cayera el telón,
Frida dispuso que su ser matérico, ya sin vida, fuera consumido
por el fuego, en un último y simbólico acto de inmolación.
Lo trágico es que el epílogo gracias al cual ella pretendía
burlar el infortunio de su vida, fundiéndose con Diego en un abrazo
eterno, se convirtió en una traición. Ellos planearon que
las cenizas de ambos fueran mezcladas pero, al fallecer Diego e intervenir
otras voluntades, fue sepultado en la hoy Rotonda de las Personas Ilustres
del Panteón de Dolores, lo que dejó a Frida esperándolo
en una solitaria urna en la que fuera su casa de Coyoacán.
Ella vivió sólo cuarenta y siete
años y su mito, que nació cuando falleció, ya acumuló
cincuenta años. Tal vez sea tiempo de cerrar el círculo
de aquella vida, dar descanso a un alma atormentada y permitir que se
cumpla la última voluntad de dos de nuestros más importantes
artistas. No imagino mejor ni más trascendente homenaje.
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