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La nueva sangre de un publicista
En
la primavera de 2004 se inauguró la exposición
New Blood
en la Galería Saatchi de Londres. Incluyó obras de artistas
jóvenes de diversos países, así como las adquisiciones
más recientes de ese espacio de exhibición.
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FERNANDO ISLAS •
ESCRITOR
Subdirector de la Masmédula Galería
fislas1@netscape.net
Si hay un hombre hoy en día en el mundillo del
arte que le gusta correr riesgos, que tiene poco que perder y mucho por
ganar, es el mecenas Charles Saatchi. Mientras parte de la crítica
lo vapulea, su galería ha logrado establecer una exitosa estrategia
para atraer al público. New Blood (New Young Artists/New
Acquisitions), la más reciente exhibición en la Saatchi
Gallery, contiene todos los elementos para generar renovadas controversias,
algo que Mr. Saatchi, como buen publicista que es, parece disfrutar
al máximo. Se dirá que le gusta el escándalo, que
es un provocador profesional al igual que sus elegidos (Sarah Lucas, Damien
Hirst, los hermanos Chapman, Chris Ofili, algunos de los más famosos),
que los Young British Artists son, en parte, una invención
de él. Y lo son, en gran medida, los artistas reunidos en New
Blood, exposición cuyo rasgo más notable es un desorden
en no pocos sentidos y cuyo aporte más visible consiste en mostrar
a las nuevas estrellas del arte globalizado, nombres que poco a poco nos
serán muy familiares.
Tal como se anuncia, la intención es mostrar el trabajo de jóvenes artistas. Pero nada más. Técnicamente hablando, no hay una curaduría ni un “guión” museográfico. No tendría por qué haberlas, pues simplemente Charles Saatchi compra el arte que él quiere y lo exhibe donde él considera adecuado. Es posible que cuente con asesores en la materia, gente de su confianza que más o menos le sugiera dónde y cómo. Pero a final de cuentas esta voluntad violenta la tan tradicional manera de coordinar espacios de este tipo, donde por lo menos se tengan ciertos criterios en el difícil arte de promover arte.
Es por ello que las piezas están colocadas sin
ton ni son, sólo para que el público en general vea la juguetería
que el patrón acaba de adquirir. Viéndolo de esta manera,
una opinión sobre New Blood se podría concentrar
a la entrada de la galería, en donde la máquina lúdica
de Conrad Shawcross (The Nervous System, 2003) sorprende por
su compleja inventiva pero tiene la desgracia de convivir con la carretota
de Brian Griffiths
(Boneshaker, 2003) que hubiera vuelto más
loco al viejito Breton. La pintura de Daniel Richter o la de Tal R provocarían
la rabia de cualquier pintor del “jardín del arte” y la gráfica
de Dr. Lakra (único mexicano de la muestra) tendría mucha
demanda como calendario en los cafecitos de la colonia Condesa en la ciudad
de México.
Llama la atención tanto pleonasmo conceptual y se extraña el “oficio” que antes era el requisito elemental de cualquier artista. En general, la factura de muchos trabajos de estos jóvenes y nuevos artistas cuya impoluta sangre sacia la sed de un millonario, deja mucho que desear. Pero el mundo gira en una especie de pesadilla amoral: lo que antes se antojaba imposible, ahora es una realidad tan aburrida que lo único que provoca es un bostezo prolongado.
¿Qué tienen en común las pinturas
de Paola Rego con los jarrones de Grayson Perry o con la momia de
Francis Upritchard? Nada. ¿Para qué mezclar a los ya consagrados
como Ron Mueck, Jenny Saville, entre otros, con los novísimos sin
explicación alguna más que para decir “esto tengo y esto
acabo de comprar”? Para justificar la ausencia de un discurso más
o menos razonable que nos sirva para avanzar de una pieza a otra, de una
instalación a una escultura a un cuadro. El objetivo (o motivo)
es elocuente: se trata del libre albedrío de un ricachón
que invade algunos espacios del bellísimo Country Hall y hace y
deshace porque para eso es el dinero: entre otras cosas, para hipotecar
el esfuerzo de unos pobres diablos que ya podrán morir tranquilos.
“Este lugar es una mierda y los artistas que exhibo están jodidos”,*
advierte Charles Saatchi. Más allá de calidad o responsabilidades,
el sensacionalismo y la voluntad cínica en New Blood
forman un dueto anárquico, poco amable y revelador a propósito
de cómo se maneja el arte en la actualidad: ahora es más
fácil obtener fama y dinero que hacer una obra de arte buena.
* The Guardian, 23 de marzo de 2004
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