Mónica Mayer, Rosa Chillante. Mujeres y performance en México, México, Conaculta/Pinto mi Raya/avjediciones, 2004, 106 pp.
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De feminista a feminista
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MARIS BUSTAMANTE • ARTISTA VISUAL
marisbc@prodigy.net.mx
Cuando Francesca Gargallo, Pilar Villela y yo presentamos el libro de Mónica Mayer en el Aula Magna del Instituto Anglo Mexicano de Cultura el 11 de marzo del 2004, comencé mi participación diciendo que estábamos ahí reunidos porque Mónica se había ganado por derecho propio un lugar importante en las artes no objetuales mexicanas. También dije que este libro, Rosa Chillante. Mujeres y performance en México, era consecuencia directa de su generosidad como artista, de su deseo por hacer un recuento de las acciones realizadas por las mujeres artistas no objetuales.
Es decir, el libro no se hizo realidad por iniciativa de investigadores, historiadores, críticos, curadores o editores; sino que se publicó porque Mónica quiso hacerlo y encontró los medios para ello. Pero ahora, una vez publicado y presentado, ha dejado de ser de ella y le pertenece a la cultura nacional.
Se trata de una obra que llena parte de los vacíos que todavía existen para el reconocimiento de las artes no objetualistas en nuestro país. Todo aquel que lo compre, lo lea y lo guarde sabrá de las mujeres que, mencionadas por Mónica, estuvieron en los últimos 25 años como protagonistas reales, o al menos cerca de estos difíciles procesos que llevan a la producción del conocimiento desde las artes visuales. No obstante, algunas de ellas fueron sólo aves de paso.
En la presentación, decidí hablar, más que del libro, sobre Mónica, quien siempre ha tenido esa obsesión de escribir del trabajo de las mujeres y, claro –como feminista primero y como artista feminista después–, sabe desde siempre que lo que nosotras no digamos no lo dirá, en principio, nadie más. Así ha sido siempre, inquebrantable en su posición política respecto de la producción del arte actual hecho por mujeres. Siempre la he admirado porque en todos estos años no ha cambiado su posición; al contrario, la ha sedimentado. A veces hasta realiza actos de teledirección para que no se olvide nadie en nuestro país que las mujeres artistas existen, se acepten éstas como feministas o no. Siempre y en mis peores o más difíciles momentos, saber que Mónica esta ahí y que es la amiga que me ha dado motivos de estabilidad emocional en un mundo tan incierto. Hablar por teléfono y platicarnos nuestras aventuras y nuestras cuitas, siempre viendo la parte absurda y divertida, ha sido tal vez más una estrategia que una anécdota.
Sin embargo, al hablar de la invisibilidad y la desaparición hemos querido ser cuidadosas, ya que aceptar obra de personas (hombres o mujeres) nada más por la posición política de la defensa del género no es prudente. También sabemos que los expertos saben diferenciar entre lo que les gusta y lo que está bien pensado. Ella es la que en esto tiene una visión más política-artística-feminista, ya que por mi lado, si las propuestas no me interesan directamente y cautivan mis retinas y mis neuronas, ni siquiera invierto más tiempo porque lo considero perdido. Así que este libro lo tenía que hacer Mónica, nadie más.
Desde un principio nuestro encuentro fue substancial, ya que primero conocí su obra y después a ella, como es mejor que sea. Estábamos en esa etapa de la vida en que normalmente todas las personas empiezan a perfilar su carrera, su pareja amorosa, su familia, así como a templar su carácter al encarar las pruebas que a todos nos pone la vida y una profesión tan compleja como la que escogimos. Así que nos conocimos cuando empezábamos a trabajar en firme para hacernos y reconocernos como lo que queríamos ser, que desde el principio fue más una forma de vida que una mera chamba.
Casadas con hombres también artistas, cómplices inteligentes, amorosos y sensibles, compartimos entre todos, siempre, aspiraciones mucho más grandes que nuestros recursos. Pasábamos muchos días de cada semana hablando e inventando situaciones que a veces parecían muy lejanas pero que poco a poco se fueron dando una a una.
Creo que Mónica y yo somos mujeres de gran fortaleza. No sé qué nos dio esa fuerza, si es algo genético, la vida que escogimos o nuestras aventuras las que nos hicieron fuertes. Porque ¿cómo podríamos haber trabajado sin parar en estos treinta años sin dejar que nos contaminaran las ideas superficiales sobre las mujeres, la edad, las artes, el mercado del arte, sobre el dinero o sobre algo tan ambiguo como el reconocimiento?
Tal vez sólo fuimos listas, ya que ella y yo siempre escogimos el camino del trabajo, del prestigio y para tenerlo hay que saber ser pacientes, ser generosas y, sobre todo, tener la capacidad de reírnos como ella y yo lo hemos hecho de todas las cosas, hasta de nosotras mismas.
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