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La actitud es provocadora; las imágenes, contundentes. Un niño se orina sobre una escultura de José Luis Cuevas, mientras es observado por los tres grandes maestros del muralismo: Orozco, Rivera y Siqueiros; un hunter sostiene en su mano izquierda un trofeo: la cabeza de Cuevas con un agujero en la frente; la figura de La Giganta (la pieza escultórica más celebrada de Cuevas) se levanta sobre la ciudad de México, decapitada y con la cabeza (que en realidad es la cabeza de su autor) a un lado. El niño del primer cuadro y el cazador del segundo es el creador de todas estas imágenes irreverentes, un joven pintor que actualmente estudia en la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda. Su nombre es Omar Mañueco (México, D. F., 1977), quien presenta su primera exposición individual con los guantes bien puestos y dispuesto a noquear al veterano campeón.
Omar Mañueco eligió la figura de José Luis Cuevas para armar un discurso crítico en contra de los mitos y paradigmas del arte mexicano. Sus primeros dardos los lanza contra Cuevas y la generación de la Ruptura, a la que acusa de haber acabado con el arte nacionalista y comprometido con la sociedad, centrando su interés tan sólo en problemas formales. Para este joven autor, los rupturistas que encabezó Cuevas y enarbolaban la bandera de una supuesta libertad creativa, conspiraron contra el realismo social con el fin de neutralizarlo políticamente. Acto seguido, entronizaron un arte apolítico, pseudovanguardista, desligado totalmente de las problemáticas sociales. Para él, la celebrada y prestigiada generación de la Ruptura tiene el rostro cadavérico de la corrupción, como lo revela en otra de sus imágenes delirantes.
Omar Mañueco no deja títere con cabeza. Sus dardos no sólo se dirigen hacia José Luis Cuevas y la Ruptura. También ataca a otros personajes centrales del arte mexicano. En un cuadro titulado Tzompantli aparece la cabeza cercenada de Cuevas junto a la de otros protagonistas del arte nacional como Mónica Castillo, Rafael Cauduro, Teresa del Conde, Julio Galán, Sergio Hernández, Gabriel Orozco, Arturo Rivera, Vicente Rojo y Sebastián. Mañueco considera que con la Ruptura el arte mexicano se aburguesó y abandonó su función social. Hoy el arte nacional está poblado de superstars que valen más por su imagen que por su obra. Por eso propone devolver al arte su responsabilidad moral y recuperar los valores del nacionalismo artístico y el realismo social.
El hecho de que Gabriel Orozco sea uno de los descabezados por el pincel asesino de Omar Mañueco, hace evidente la postura de este joven pintor ante el predominio de las corrientes posconceptuales. Mañueco sabe bien que la pintura ha perdido el otrora lugar de privilegio que sostenía sobre cualquier otro tipo de representación. Pero sabe también que la pintura no ha dejado de tener qué decir, no ha dejado de significar el complejo mundo en el que vivimos. Por eso la reivindica como forma de expresión y propone en un cuadro, como buen extremista que es, la destrucción del Museo Carrillo Gil (uno de los principales recintos de exhibición del arte contemporáneo globalizado), de Marcel Duchamp y de su famoso urinario.
“Mi propuesta es anticontemporánea”, afirma Omar Mañueco, plenamente consciente de que en la actualidad la pintura se ha convertido en una contracorriente y que los vientos no soplan a su favor. Por eso mismo la concibe como un instrumento de resistencia y se empeña en encontrarle un sentido libertario al acto de pintar. Podemos no estar de acuerdo con su visión del arte mexicano (desde mi punto de vista, demasiado esquemática), lo que no debemos es menospreciar el valor que tiene para decir lo que piensa. En un escenario plástico como el actual, en donde predominan los artistas políticamente correctos que se regodean en la frivolidad porque no tienen nada qué decir, es gratificante que sea un pintor el que se atreva a decir su verdad.
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