En Taxco, los congestionamientos viales provocan constantes
vibraciones que afectan la estructura de la Parroquia de Santa Prisca.
Foto: Guadalupe Tolosa.
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Taxco, ciudad y patrimonio en riesgo Es urgente terminar para siempre con la idea, llena de medias tintas, de que la conservación del patrimonio por parte del gobierno se limita a arreglar fachadas y pavimentar calles con criterios y soluciones bastante discutibles. La restauración debe ser integral y abarcar todos los aspectos de un edificio o de una zona de monumentos; en consecuencia, los planes de acción deben limitarse a los recursos disponibles para la realización de obras efectivas y no de “relumbrón”.
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MANUEL SÁNCHEZ SANTOVEÑA
• ARQUITECTO
Y
MAESTRO EN ARTES VISUALES
enap_taxco@yahoo.com.mx
El 27 de enero de 2004, el periódico Reforma
publicó un texto, en la sección Cultura, sobre la
restauración de la Parroquia de Santa Prisca de Taxco, actualmente
en proceso. Se afirma que “la declaratoria de la iglesia localizada en
Taxco como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO depende
del avance en su conservación”, que los trabajos “avanzan con lentitud”
y que “las acciones para salvaguardar la iglesia de Santa Prisca, símbolo
de Taxco y ejemplo de unidad arquitectónica, han trascendido los
trabajos de restauración y conservación: se logró
desviar el tráfico de la zona para que las vibraciones no afectaran
la estructura y la industria minera aceptó evitar el uso de algunos
explosivos para no dañar al edificio. [Para] la torre norte, que
en mayo pasado fue dañada por un rayo, se espera el pago del seguro
que el INAH tiene contratado para proteger sus sitios y monumentos.”
Conviene aclarar algunas de estas afirmaciones. Los trabajos
avanzan con lentitud, ciertamente, pues los recursos para sustentarlos
son escasos, debido a la generalizada falta de conciencia sobre los significados
del patrimonio cultural de que han hecho ostentación los gobiernos,
en cualquiera de sus niveles y responsabilidades, así como la sociedad,
día a día más ignorantes, unos y otros, de tales
valores, independientemente de que el templo sea declarado o no “Patrimonio
de la Humanidad”. Los vehículos siguen transitando por la Plaza
Borda, por la calle de la Santa Muerte, costado norte de la parroquia,
y tras el ábside, lo que somete la estructura a vibraciones dañinas
(incrementadas por bocinas y radios de los taxistas y demás automovilistas
que por allí circulan) y a posibles golpes contra los rodapiés
del templo. Pero estas vibraciones casi son irrelevantes comparadas con
las suscitadas por las explosiones de los cohetes, cada vez más
intensas y frecuentes, y, sobre todo, por la instalación de altas
torres, de hasta cinco o seis metros de altura, con bocinas que se encargan
de difundir durante varias horas y en ciertas festividades las percusiones
intensas del ruido que ahora llaman “música”. Si se colocara un
sismógrafo en la parroquia nos percataríamos del muy intenso
daño producido por tales tamborazos, percutidos con repetición
y altísima intensidad. Comparados con tales vibraciones los explosivos
de la industria minera son casi insignificantes. En cuanto al campanario
norte de la parroquia, efectivamente dañado por un rayo en mayo
de 2003, todavía no se ha logrado instalar un nuevo pararrayos
y, para ello, ni el Municipio ni el Gobierno del Estado han asumido responsabilidad
alguna. Este hecho es indicativo de la intrascendencia que para las autoridades
gubernamentales tiene la conservación del patrimonio cultural.
¿Cuál es la utilidad de que la Parroquia
de Santa Prisca sea declarada Patrimonio de la Humanidad? A mi juicio,
ninguna, pues las cosas seguirán siendo como han sido hasta ahora,
calificadas por la ignorancia e indiferencia acerca de los auténticos
valores patrimoniales. ¿Seguirá siendo Patrimonio de la
Humanidad un edificio aislado y rodeado de basura edilicia, como día
con día ocurre en esta población, donde el respeto a las
leyes es relativo y determinado por los intereses egocéntricos?
La huella del tiempo
En 1935, Manuel Toussaint publicó una guía
turística de esta población: “Pocos sitios existen en México
dotados de más atractivos que la ciudad de Taxco, en el estado
de Guerrero. La naturaleza y el hombre han puesto su labor conjuntamente
para crear una población que reúne cuanto pueda interesar
al turista culto: paisajes únicos, clima admirable, obras artísticas
de primer orden y rincones típicos en que parece esconderse el
espíritu de ensoñación y romanticismo del México
legendario."
De entonces a hoy han cambiado las cosas y la fisonomía de Taxco es diferente. Conserva las obras artísticas de primer orden, algunos rincones sugestivos; pero el paisaje, aún muy impresionante, corre el peligro de perderse y con él lo admirable del clima. Analizo las fotografías que ilustran la guía de Toussaint y las comparo con lo que hoy veo y vivo. Los cambios son tremendos, no podía ser de otra manera. Don Manuel conoció un Taxco con 3 524 habitantes; hoy resido en una población que tal vez sobrepase los 150 mil. Es decir, el número de habitantes aumentó casi 43 veces en 68 años. El hecho tiene repercusiones graves sobre la estructura urbana, arquitectónica y ecológica. Las antiguas fotografías nos recuerdan la íntima conexión que hubo entre los edificios, el trazo urbano y el paisaje de Taxco; conexión que comienza a ser destruida pese a leyes y reglamentos. La legislación debiera proteger tanto el patrimonio histórico como el ambiente donde se ubica.
Taxco ha sido víctima de la explosión demográfica,
así como del aumento de la riqueza en manos de unos pocos, de la
creciente aniquilación del espíritu colectivo y el consecuente
desarrollo del egocentrismo. Han aparecido nuevas necesidades de abasto,
de transporte, nuevos tipos de relaciones sociales por la afluencia del
turismo nacional e internacional. Como cualquier otro conjunto social,
ha perdido en muchos aspectos y ganado en otros; es proceso natural de
la vida, no caben las lamentaciones, pero sí la previsión,
con el fin de que no se destruya el espíritu peculiar, el modo
de ser característico, individual y social de quienes construyeron
y siguen construyendo esta ciudad.
Entre mercaderes y políticos
En la actualidad destacan dos testimonios, entre otros,
de la destrucción de Taxco. Por un lado está el que he llamado
“mamotreto joyero” y, por otro, un Cristo monumental. En ambos
casos se habló de beneficios para esta población y así
quedó justificada la estupidez inconsciente. No entiendo cómo
dos proyectos defectuosos por sus contradicciones implícitas pueden
atraer al turismo; no percibo cómo los turbios negocios de unos
inversionistas y de sus socios constructores pueden beneficiar a la comunidad.
Tal parece que hoy se pueden justificar los desmanes delictivos con el
pretexto del beneficio social, cuando los únicos beneficiados serán
esos inversionistas.
Si deseara viajar para ver un Cristo monumental iría
a Río de Janeiro, donde a principios del siglo XX y bajo un régimen
dictatorial se construyó una gigantesca imagen de Cristo Rey sobre
el monte Corcovado. Otra opción sería ir a las cercanías
de Madrid para visitar el Valle de los Caídos, donde también
se erigió una cruz monumental durante la dictadura franquista.
El de Taxco, por razones presupuestales no pudo alcanzar las dimensiones
con que aquéllos fueron edificados y es una simple maqueta, expresiva
de la conciencia limitada y característica de los “políticos”
del Tercer Mundo que pregonan la democracia sin la menor sospecha del
significado de este vocablo. ¿Se trata de una reaparición
de la tiranía a escala municipal? Pobre Jesucristo, homenajeado
por quienes ejercieron las despiadadas dictaduras y despreciaron los derechos
humanos más elementales. Jesús expulsó del templo
a los comerciantes y lo mismo tendría que hacerse en Taxco con
los mercachifles de la política y del oportunismo profesional.
Tanto el “mamotreto joyero” como el Cristo monumental desafían
todo sentido común y, de paso, también las creencias religiosas
del pueblo mexicano, fundadas en la armonía entre el cielo y la
tierra.
¿Se han preguntado los promotores de esos horrores
qué es una ciudad? Ciertamente no. Ignoran que es un lugar para
habitar, trabajar, recrearse, circular y abastecerse en armonía
y unidad, sin las cuales el espacio urbano se convierte en un amontonamiento
de construcciones. Y esto es a lo que tiende esta población, donde
ya han hecho acto de presencia la violencia y los homicidios en las calles,
como respuesta natural a las fracturas sociales y el desorden ambiental.
Deficiente desarrollo urbano
¿No existen en Taxco problemas de más urgente
solución? Por citar algunos quisiera mencionar la higiene urbana
en primer término, desafiada por los pestíferos olores de
excrementos de toda índole, descomponiéndose al sol y aumentando
su volumen cada noche. Las tuberías a flor de piso, unas de abastecimiento
de agua y otras de drenaje, todas con filtraciones descuidadas durante
años. Los cables de energía eléctrica y de teléfonos,
colocados den cualquier modo y lugar, sin el mínimo respeto a la
visualidad de las construcciones. La pérdida, año tras año,
de las aguas pluviales y la carencia de agua potable durante algunos meses.
Los congestionamientos viales, cada vez mayores, con sus efectos contaminantes
y pérdidas de horas-hombre, muy costosas para la sociedad y su
salud. No existe una regulación del uso del suelo que permita el
equilibrio de las necesidades vitales de cada ciudadano, en armonía
con las necesidades colectivas.
No existen reglamentos sobre las densidades de habitación,
las razonables por la naturaleza del terreno o del asoleamiento en los
barrios habitacionales. No existen, en los diferentes barrios, los lugares
para el descanso y el esparcimiento, para el diálogo, pues el único
sitio para ello es la Plaza Borda o las canchas deportivas, inauguradas
hace poco tiempo en Los Jales. Por estas carencias, el crecimiento del
asentamiento urbano es caótico, burla toda ley y, lo que es peor,
destruye la relación con el paisaje cada vez más deteriorado.
Además, los testimonios de nuestro modo peculiar de ser, los monumentos
históricos, se encuentran en el mayor de los abandonos y, también,
sometidos a intensas deformaciones, como ocurre con la Casa Grande, entre
otros. ¿No indica el menor sentido común que sería
mejor atender estos problemas, entre otros, con cuya solución se
atraería al turismo a una ciudad limpia y habitable?
En 1928, apareció la primera ley protectora de
una población: Taxco. Luego se decretó la Ley Federal sobre
Protección y Conservación de Monumentos Arqueológicos
e Históricos, Poblaciones Típicas y Lugares de Belleza Natural,
publicada en el Diario Oficial del 19 de enero de 1934, así
como su Reglamento, dado a conocer en el mismo Diario el 7 de
abril. Años después, el 6 de mayo de 1972, se decretó
la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos
e Históricos. El 18 de enero de 1978 el Congreso del Estado de
Guerrero decretó la Ley núm. 174 de Conservación
y Vigilancia de la Ciudad de Taxco. Un Decreto presidencial de 1990, hasta
ahora sin reglamento, delineó el recinto histórico patrimonial
con límites precisos, muy discutibles. El fracaso de las leyes
sigue siendo el resultado vigente hasta el día de hoy. El patrimonio
cultural y espiritual de México desaparece ante los embates de
la estupidez y la codicia, y con él nuestra identidad.
¿Cuáles son las raíces del desastre?
Mencionaré la corrupción de funcionarios y profesionales,
la ignorancia de lo que significa para nuestro ser el patrimonio cultural
y el paisaje; los intereses económicos indiferentes a cualquier
otro valor; las urgencias sociales que a fin de cuentas no lo son tanto
–por pasajeras– además de la plaga de nuestro tiempo: la circulación
vehicular y sus imposiciones. A ello han de asociarse la desaforada explosión
demográfica y una incontenible emigración, desde los ámbitos
rurales a los centros urbanos con aparente potencialidad laboral y económica,
en los cuales sólo se enriquece la miseria acumulada en sórdidas
barriadas.
Legislación: letra muerta
Las ciudades y poblaciones de valor histórico,
antaño vinculadas con el paisaje donde se encontraban enclavadas,
quedaron cada vez más alejadas del entorno natural. Se impuso una
modernidad irresponsable, ajena a toda consideración ecológica.
La segunda mitad del siglo XX, posmodernista, testificó
la irracionalidad en la construcción y la arquitectura, guiadas
por intereses rudimentariamente pragmáticos y no por la búsqueda
de soluciones a los verdaderos problemas de la vida social e individual.
El deterioro, la aniquilación de nuestra identidad, comienzan a
ser irreversibles y se manifiestan en otros aspectos de la existencia
cotidiana. El sentimiento nacionalista, que no nacional, patriotero mas
no patriota, depende de los partidos de futbol y de espectáculos
masivos similares. La melódica y rítmica música mexicana
se ha quebrantado ante las tendencias actuales del estrépito, la
gesticulación inútil y la monotonía, copiadas de
una cultura incipiente, desprovista de fundamento histórico y,
por ello, enajenada por los avances tecnológicos del día.
En suma, el fenómeno hunde sus raíces en
la generalizada indiferencia hacia quiénes somos y cómo
somos, alienación derivada de una falaz voluntad de 'progreso',
cuyo rostro han visto nada más unos cuantos individuos: los políticos
enriquecidos rápidamente. El modelo por éstos seguido se
encuentra en un país que cambia su faz cada década, puesto
que carece de un verdadero sentimiento de arraigo, justamente por su deficiente
historia y sus pobres testimonios. Lo paradójico de nuestra actual
circunstancia estriba en el hecho de que México cuenta –¿o
contaba?– con un sólido cimiento, con instrumentos jurídicos
de toda índole, dirigidos hacia la protección del patrimonio
cultural. Éste desaparece y aquéllos permanecen olvidados
en el fondo de los archivos. Son auténtica letra muerta, como tantas
otras leyes de nuestro país.
El análisis de las leyes correspondientes muestra
la insuficiencia de los conceptos en que se fundan y por ello no logran
la adecuada conservación de los centros y monumentos históricos.
El problema radica en una visión meramente historiográfica,
arqueologizante, que también resulta imprecisa, pues se limita
a definir cuáles son los monumentos por su época de construcción
y destino original. Las leyes mencionan la relevancia de las construcciones
y de los acontecimientos pasados, pero jamás fueron nombrados el
espíritu urbano o la morfología arquitectónica. El
carácter de una construcción depende de la totalidad construida
y de sus relaciones con el entorno, aunque no sean relevantes para la
historiografía o los anecdotarios. Tampoco se menciona u ordena
la formulación de estudios tipológicos, sobre los cuales
se fundamenten las declaratorias monumentales y, en particular, el conocimiento
del estilo urbano de cada localidad para regular las futuras construcciones.
De este conocimiento, entendido como experiencia del espacio y del tiempo,
depende el futuro de cada población, tanto como la preservación
de su patrimonio necesariamente relacionado insisto en ello una
y otra vez con la totalidad del ambiente que le rodea. El estilo
urbano fue conformado por sucesivas generaciones de habitantes que antes
de nuestros tiempos respondieron en modo integral al paisaje, al espíritu
del lugar, a la armonía entre el cielo y la tierra.
Ciudad, ente con vida
A las imprevisiones y cegueras de las leyes habría
que agregar las interferencias entre los organismos encargados de su aplicación
y cumplimiento. Se manifiesta un criterio de separatividad administrativa
que establece fronteras donde no puede haberlas, pues la vida no sabe
de delimitaciones. Por otro lado, tal criterio es el origen de las confusiones
e interpretaciones, aún más vagas, que determinan el aniquilamiento
de la historia como dimensión humana. Por el decreto de 1990, el
Centro Histórico de Taxco quedó bajo la custodia del Instituto
Nacional de Antropología e Historia, cuyo Centro Regional se localiza
en la capital del estado, en tanto que la Junta de Conservación
y Vigilancia se ocupa del restante espacio construido. Ambos organismos
se representan mutuamente, pero las decisiones quedaron fraccionadas.
Por si fuese poco, las normas para la nueva construcción también
provienen de criterios historiográficos que sólo consideran
elementos aislados, mas no las estructuras arquitectónicas, urbanas
y paisajísticas.
El problema estriba en que las leyes establecen fronteras,
compartimentos estancos de la realidad y, en consecuencia, cancelan su
carácter operativo. Quedó declarado un recinto histórico
en función de los testimonios del pasado, sin considerar a la ciudad
como un ente vivo. No se ha querido entender que estamos ante fenómenos
simbióticos y no frente a esquemas conceptuales. Al otro lado de
la abstracción que es la línea fronteriza puede pasar cualquier
cosa, incluida la aniquilación del paisaje natural. Las consecuencias
para el Centro Histórico redundan en la ruina de su estrecha relación
con el entorno y la pérdida de su significado.
Hasta la fecha, ninguna ley o reglamento ha considerado
los aspectos determinantes de su propia existencia, no en cuanto a lo
jurídico y administrativo, sino en lo relacionado con lo que se
pretende proteger. Una auténtica legislación patrimonial
debiera regular la estructura total del lugar considerado, lo cual implica
la morfología natural, urbana y arquitectónica, además
de las previsiones para la expansión de la mancha habitacional
en tal modo que ésta no destruya las sucesivas comprensiones del
espacio habitado por la comunidad y por las cuales se definieron el espíritu
y el estilo de cada lugar.
Las leyes y reglamentos de esta materia se fundamentan
en fantasmagorías conceptuales y en ideologías ajenas a
nuestro modo de ser; ignoran los conceptos y sentimientos de hombre y
naturaleza, de espacio interior o recinto urbano y espacio
exterior o paisaje, con los que se establece el contraste figura fondo,
entendido como unidad y no como oposición o indiferencia. Ignoran
que el lugar se estructura con una serie de espacios, cada uno con un
centro que funciona como punto focal para los alrededores. En todo ello
intervienen la montaña y la barranca, el bosque y la vegetación,
la morfología misma del suelo y sus perfiles, tanto urbanos como
naturales, que unen a la tierra con el cielo.
El contraste figura-fondo establece el carácter
y el significado de las construcciones, comenzando por la orientación
de los focos urbanos, que además de estructurar el espacio tiene
implicaciones cósmicas, conforme al concepto de kosmos establecido
por el filósofo griego Anaximandro: la armónica obra del
hombre, diferente a la propia de la naturaleza, aunque íntimamente
relacionadas. Otro contraste, manifiesto en Taxco, es el de las pautas
espaciales. La retícula, insinuada en torno al foco principal,
la Parroquia de Santa Prisca, y el laberinto dominante en el trazo urbano,
generador del carácter de las construcciones domésticas,
verdaderas maclas cristalográficas que marcan la distinción
con el mundo natural y, a la vez, expresan la afirmación de unidad
con la naturaleza vegetal y mineral. La simple mención de otros
aspectos referidos a la arquitectura misma y sus detalles ocuparía
más espacio del disponible. Baste con afirmar que la variedad del
ambiente social establece una relación que debiera ser armónica,
desde la moldura de un capitel hasta la ciudad misma y el paisaje donde
se encuentra, pasando por los recintos interiores, los patios, las escaleras,
las techumbres, las ventanas, etcétera. Todos y cada uno de nosotros
pertenecemos a esa dimensión histórica. Si la dañamos
perjudicamos a nuestra integridad social e individual.
Perfil urbano propio
Así como un individuo no puede vivir sin memoria, pues la experiencia de la vida se convertiría en caos y en patología, las sociedades no pueden hacerlo sin la historia, la memoria social. La historia no es ocupación de unos cuantos intelectuales, es una actitud ante uno mismo, ante las relaciones con el grupo social que nos rodea, con el paisaje, con el universo. Somos depositarios de lo creado por nuestros antecesores y tenemos la obligación de conservarlo, para que llegue con autenticidad a los que nos sucedan. Vivimos unitariamente con toda la humanidad, por encima del diario acontecer, más allá del nacimiento y de la muerte del individuo. Sólo es posible vivir sanamente cuando se camina hacia el futuro y no se desprecia el pasado, sino que se le utiliza, aquí y ahora.
Es necesario crear una clara y bien perfilada conciencia de qué es el patrimonio cultural y su significado, desde la ecología hasta el documento aislado. Resulta indispensable la conciencia ciudadana sobre la importancia para la sociedad y el individuo de la necesidad de proteger y conservar los testimonios de su ser histórico. Esto podrá lograrse mediante campañas intensivas en los medios masivos de comunicación, ya que se trata de un elemento de la vida más importante que los crímenes y los deportes. Paralelamente debiera instituirse, en las escuelas de todos los niveles, cursos en los que se trataran los problemas que afectan al patrimonio local, regional y nacional.
La búsqueda de la identidad urbana y arquitectónica debe fundarse en el modo como se presentan los elementos conformadores de la ciudad y de los edificios. Hay un ritmo peculiar, así como una gama cromática y una textura características de cada centro urbano. Los sistemas constructivos, las proporciones y los valores de escala, resultantes de las condiciones ecológicas, culturales y económicas, así como la traza primigenia y las extensiones determinadas por el tiempo histórico. La traza en sí misma es un modo de relación con el paisaje; según una voluntad formal característica se ubicaron las plazas y los edificios importantes y con ellos quedó conformado el perfil urbano. Las calles limitan las manzanas, subdividas en solares, como respuesta a las necesidades específicas de los pobladores. Por ello su forma y proporción están provistas de un alto contenido histórico que no puede ser pasado por alto. Esta consideración ofrece problemas de índole económica no fáciles de resolver, pero que deben ser atendidos con el mismo cuidado que se pondría en la conservación del edificio más ilustre del lugar.
Las construcciones levantadas sobre los solares han guardado
una clara relación y semejanza con la estructura formal de la ciudad.
Los patios o huertas son los ecos de la plaza mayor o la del barrio; los
zaguanes, los patios con sus claustros y pórticos, además
de la función de adecuar la escala de la social a la familiar
y la individual, repiten la función de los espacios circulatorios
de la ciudad. La distribución rítmica y las proporciones
de los vanos, los tipos de ventanas, balcones, puertas, las soluciones
para las esquinas, las características volumétricas y de
los muros de las fachadas, los materiales característicos constituyen
una trabazón formal y conceptual entre la traza urbana y la arquitectural
de cada edificio. Es factible encontrar con ese estudio la unidad estética
desde una moldura hasta la calle, la plaza, la traza y el paisaje.
Las propuestas
Es urgente fomentar la conservación de los patrimonios
ecológico, urbano, arquitectónico, artístico y documental
como una actividad interdisciplinaria que demanda un respeto más
allá de las partidas anuales y de las rutas críticas. Una
actividad en que las artes, las ciencias y las técnicas, la administración
pública y la política entendida en el sentido real
del término concurran a un mismo fin: el conocimiento de
la ciudad, del edificio, del paisaje o del elemento particular y su adecuada
conservación, para preservar la autenticidad de los testimonios
culturales y espirituales.
Es urgente reglamentar el uso de la tierra urbana y rural, así como los cambios de función en las estructuras arquitectónicas. No cualquier uso cabe en un edificio histórico, por lo que tiene que haber una congruencia, una coherencia entre la estructura formal del inmueble y el nuevo destino. La misma situación debe reglamentarse en cuanto a los barrios y el entorno natural.
De extrema urgencia es formular un plan de desarrollo
de la ciudad, en el cual se consideren los problemas del abasto, de la
circulación y el estacionamiento vehicular, del esparcimiento y
los usos del suelo, en función de los valores del paisaje relacionado
con el Centro Histórico y sus edificios monumentales. Es menester
definir las zonas ecológicas intocables, así como las del
desarrollo futuro, en tal modo que no afecten al Centro Histórico
de Taxco ni a las haciendas y poblados de valor patrimonial situados en
las cercanías.
Si por las calles de la ciudad antigua transitaron los
peatones y los vehículos de tracción animal, la forma urbana
fue consecuente con esa función. Violentarla, como se ha hecho
en todas partes Taxco es un ejemplo dramático, redunda
en lo que hoy ocurre: pérdidas inmensas de horas-hombre y de combustibles
inútilmente consumidos. También debemos mencionar la contaminación
sonora, visual y atmosférica, el desequilibrio psicológico
resultante de las tensiones que ellas causan, además de los daños
orgánicos que van desde las malformaciones del feto hasta el cáncer:
agresión y violencia es el fruto de que los vehículos transiten
por donde no caben. La conciencia de la historia, modo crítico
para ser en verdad humano, reconoce en la máquina un instrumento
que mejora las condiciones de la vida y le asigna el valor único
que puede tener, el de una herramienta. El desbordamiento demográfico
usa la máquina irracionalmente, con intenciones suicidas, inconscientes,
sin más objetivos y esperanzas que la máquina misma y sus
productos.
Legiones de arquitectos, urbanistas, economistas y políticos
creen actuar conforme a los dictados de esta época y carecen de
la más elemental conciencia de los imperativos que ella misma impone.
Son cómplices del desbordamiento biológico y enemigos de
la cultura, aunque algunos sean eruditos en su propia disciplina, o tal
vez por ello mismo. Sin saberlo siquiera actúan como factores que
inclinan la balanza hacia la ruina de la condición humana. El legado
patrimonial no puede ser víctima de las ansiedades mercantiles
o creadoras de cualquier funcionario, urbanista, arquitecto o propietario.
Ante la disyuntiva de escoger entre la voluntad de una persona y la de
un grupo social no cabe la duda sobre el rumbo de la decisión.
El Estado debiera tomar conciencia de la significación social y política de sus decisiones respecto al problema de la conservación del patrimonio. Es urgente que los organismos, a quienes la ley confiere la custodia de esos bienes, estén lo suficientemente apoyados para ejercer la vigilancia más estricta, tanto en los aspectos de la conservación, como de la restauración y la difusión de los valores patrimoniales. También urge el planteamiento de un sistema financiero eficaz, tanto estatal como privado, que asegure la conservación del patrimonio.
Es urgente impedir ciertos "rescates arqueológicos” que implican la destrucción, per se o por relación, de otros monumentos superpuestos o aledaños, tan valiosos o más –desde el punto de vista global de la cultura– que el probable monumento por descubrir, por muy preinflado que esté de valores sentimentaloides y equívocamente nacionalistas.
Es imperioso formular el catálogo razonado de
la ciudad de Taxco y establecer las estructuras conceptuales de carácter
intrahistórico, con la finalidad de orientar la respuesta arquitectónica
y urbanística futuras con un nivel aceptable de congruencia y autenticidad.
Es urgente formular reglamentos de restauración,
conservación y de nuevas construcciones en los que se contemple
la preservación de los bienes patrimoniales en su integridad y
autenticidad. Junto con los reglamentos resulta imprescindible lograr
el respeto a las ordenanzas, sin excepciones de clase alguna.
Se impone erradicar la falaz idea de que con conservar la fachada quedó resuelto el problema de la conservación del monumento. Las “remodelaciones” que cambian o destruyen la estructuración interna del edificio son atentados contra la preservación del patrimonio, pues los espacios interiores son los órganos cubiertos por la piel que es la fachada.
Asunto de especial importancia es la adecuada y expedita coordinación entre las dependencias oficiales involucradas en la conservación del patrimonio histórico. De particular relevancia es que los ciudadanos participen activamente en el apoyo a las dependencias oficiales y se establezcan los canales de comunicación idóneos para garantizar el éxito en la vigilancia y conservación patrimonial que, en resumidas cuentas, es el espíritu de nuestra nacionalidad.
Dicen que la esperanza es lo último que
muere. Ignoro en qué consistiría esa esperanza cuando hayan
sido arrasados los testimonios de nuestro pasado histórico, incluido
el paisaje. Tal vez algún día se logren las modificaciones
necesarias en la legislación del patrimonio para considerar las
obras arquitectónicas y urbanísticas como organismos totales
que no pueden ser mutilados. Tal vez algún día los ciudadanos
cobren conciencia de la importancia de conservar con dignidad nuestro
patrimonio, el cual debemos transmitir a nuestros descendientes. Tal vez
algún día los arquitectos e ingenieros cambien sus equívocos
conceptos y amplíen sus muy estrechas ventanas de creencias para
comprender que sus oficios no existen si no son la respuesta al diálogo
profundo con el genius loci, el espíritu del lugar, más
allá de la satisfacción de necesidades pragmáticas,
transitorias, pues la función es, y ha sido, pasajera en tanto
que es definitivo el orden de las estructuras formales y espaciales.
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