Á G O R A • • • • • •
 

Pedro Coronel
Mis hijas
1961, óleo sobre tela,
172 x 203 cm.
Foto: Germán Ignacio Carnero.
Cortesía Museo José Luis Cuevas.

 

 

¿Ruptura?

Más que una ruptura, los artistas de los años cincuenta buscaron autonomía y la defensa de la libertad de expresión, frente al monopolio y la unilateralidad de las políticas culturales que no apoyaban la diversidad artística.

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ANA MARÍA TORRES HISTORIADORA DEL ARTE
toarana@aol.com

 

El término Ruptura se puso de moda en la década de 1980, cuando un grupo de historiadores, críticos de arte, museógrafos y curadores organizaron una exposición en la cual incluyeron a diversos artistas cuyas obras representaban la vanguardia de los años cincuenta.(1) Estos pintores fueron presentados como los rupturistas con la Escuela Mexicana, para marcar una diferencia tajante entre la pintura que defiende lenguajes poéticos y la que transmite mensajes políticos.

A partir de esta división, los discursos artísticos han construido una imagen del arte mexicano que responde a una visión esquemática. Por un lado, los grandes muralistas que realizaron una pintura figurativa centrada en temáticas históricas, narrativas y anecdóticas, y, por otro, la pintura experimental y abstracta que rechazaba los contenidos ideológicos y se concentraba en lo puramente pictórico. El mejor ejemplo de esta dicotomía es pensar que Siqueiros fue un pintor “político” y Tamayo un pintor “poético” y “universal”.

Pero este tipo de interpretaciones ha provocado que varias ideas se conviertan en lugares comunes, como considerar que el arte moderno mexicano tuvo un desarrollo bipolar y que la “Escuela” fue homogénea. Para trascender estas ideas reduccionistas o mitos es importante considerar que durante los años veinte y treinta existieron diversos lenguajes pictóricos que conformaron, más que una escuela, un movimiento heterogéneo, caracterizado por la búsqueda de lenguajes propios, ligados a la modernidad artística. Este interés se mantiene en algunos pintores de la generación de los años cincuenta que continúan con una reflexión respecto a los temas de la identidad nacional. Además, es importante tomar en cuenta que la pintura figurativa y la abstracta pueden estar presentes en un mismo artista, como los casos de Siqueiros, cuyo realismo social está cargado de experimentación pictórica, o Tamayo, quien con su lenguaje artístico revela significados filosóficos e incluso políticos. Una de las principales características de la nueva pintura fue, pues, la experimentación entre figuración y abstracción.

Desde mi punto de vista, este periodo no se explica por la separación o las rupturas entre dos maneras de concebir el arte; es precisamente en las relaciones complejas y contradictorias entre distintas personalidades y múltiples lenguajes artísticos donde podemos encontrar nuevas formas de representación.

A continuación, me propongo abordar este proceso de cambio desde la perspectiva de la continuidad y no de la ruptura. Para ello, es importante señalar que el debate estético y cultural de los años cuarenta y cincuenta fue un cuestionamiento que los pintores hicieron a un lenguaje pictórico que les parecía obsoleto y anacrónico. Incluso en las ideas de Siqueiros, Orozco y Rivera se percibe un interés por cambiar las pautas estéticas y temáticas del muralismo. También me interesa establecer un diálogo y no una separación entre figuración y abstracción o entre la modernidad artística y la mexicanidad, relación que ha adquirido diversos significados a lo largo de la historia del arte moderno mexicano. En primer lugar, cabe cuestionar la imagen de Ruptura que la historiografía ha elaborado en torno al desarrollo artístico de este periodo, para después analizar algunos casos concretos, en los cuales considero que, contrariamente a lo que se ha afirmado, no hubo rupturas.

Ruptura fue un concepto utilizado por Octavio Paz en su artículo "Tamayo en la pintura mexicana”, (2) en el cual menciona la aparición de un grupo de pintores –Tamayo, Lazo, Orozco Romero, María Izquierdo, etcétera– que provocó una escisión en el movimiento iniciado por los muralistas. Según Paz, "este nuevo grupo tenía en común el deseo de encontrar una nueva universalidad plástica sin ideología y sin negar el legado de sus predecesores. Así, la ruptura no tendía tanto a negar la obra de los iniciadores como a continuarla por otros caminos".(3) Desde mi punto de vista, estas palabras son un tanto confusas. Para Paz la ruptura es continuación, entonces, ¿con qué se rompe? Además, si van a continuar su obra por otros caminos, ¿cómo es que la rehúsan? y ¿cuáles son estos otros caminos? No obstante, estas ideas han sido utilizadas por críticos e historiadores del arte (4) para determinar la presencia de una estética vanguardista y renovada que “rompe” con las generaciones anteriores, con lo que se promueve un estilo alejado del nacionalismo de los muralistas y de su corriente política.

A decir de Paz, la generación de los cincuenta no fue la primera en romper con esta tendencia. Ellos siguieron el camino iniciado por los pintores de la “contracorriente”, término utilizado por Jorge Alberto Manrique para referirse a los grupos de artistas que coexistieron con el muralismo, pero que la postura dominante de esta tendencia los mantuvo al margen, en la "semioscuridad". La primera batalla de los jóvenes artistas sería dejar atrás todo vestigio de una pintura que fuese propia o mexicana en la medida que tenía que mostrar los signos universales de su ser. Desde esta perspectiva, Ruptura significaba empezar de cero, darle la espalda al pasado y brincar hacia el futuro. No obstante, más que una negación del pasado o un rechazo a las influencias, se percibe todo lo contrario; si consideramos que la mayoría de los pintores jóvenes establecieron relaciones amistosas con Rivera, Lazo, Tamayo, Rodríguez Lozano, entre otros, y además se interesaron por el concepto de la “mexicanidad”.

En la actualidad hay quienes insisten en presentar el arte mexicano de este periodo como la muerte de un estilo y el triunfo de una nueva concepción pictórica. José Luis Cuevas se ha convertido en el principal promotor de esta imagen y nunca olvida presentarse como el iniciador de las “rupturas”. No obstante, en estudios recientes se empieza a hacer una revisión crítica del término. Luis Martín-Lozano expresa que lejos de validar una ruptura frente al periodo del arte moderno de la primera mitad del siglo xx, las obras permiten visualizar un proceso de transición entre figuración y abstracción, lo que da sentido de continuidad, a la vez que de cuestionamiento y nuevas propuestas.(5) Por su parte, Manrique considera que la “ruptura” no excluye la tradición anterior.(6) Al parecer, Ruptura sigue siendo el concepto adecuado para marcar las diferencias y afirmar que en este periodo se dieron rupturas y al mismo tiempo continuidades. Estas afirmaciones, como las de Octavio Paz, no dejan de ser ambiguas; aunque señalan el rechazo hacia la pintura política, no explican exactamente con qué se rompe. Estoy de acuerdo con Teresa del Conde, quien explica que el término se utilizó para identificar a los pintores con los vanguardismos "y si así lo tomamos no existe ruptura de ninguna especie: lo que habría, por lo que a México respecta es, por el contrario, continuidad respecto a los códigos de las vanguardias, ya se trate de arte abstracto, de expresionismo, poscubismo, etcétera".(7)

Por mi parte, también creo que no hubo rupturas, aunque fueron tiempos de cambios y transformaciones. Frente a la segunda Guerra Mundial, los artistas empezaron a cuestionar el futuro del arte moderno, el cual se encontraba en una severa crisis. Esto generó una polémica que suscitó diversas concepciones sobre el arte y una fuerte confrontación entre el realismo social y el realismo poético; apareció un interés generalizado por encontrar nuevas propuestas visuales y por mostrar la realidad de formas distintas. La mayoría de los artistas rechazaba la idea de realizar un arte politizado y criticaba la actitud prepotente y autoritaria de los muralistas, sobre todo de Siqueiros, quien los tildaba de ser copistas de la Escuela de París. También se enfrentaron a la falta de apoyos gubernamentales y a la exclusión oficial de sus pinturas del panorama plástico mexicano. A pesar de los obstáculos que tuvieron que afrontar, los pintores vanguardistas no pudieron romper con el realismo social y socialista porque nunca fue un estilo con el cual se identificaran, tampoco rompieron con la Escuela Mexicana de Pintura porque no pertenecieron a ella. Yo creo que su postura fue de rechazo y crítica y no de ruptura.

Quizá sería conveniente identificarlos con el nombre de “independientes”, término que ellos mismos utilizaron y que explica mejor su actitud de autonomía y la defensa de la libertad de expresión como bandera política. De alguna manera lanzaron una crítica en contra del monopolio artístico comandado por las “grandes” figuras y denunciaron la unilateralidad de las políticas culturales por no apoyar la diversidad artística, aunque al mismo tiempo continuaron con algunos aspectos y reflexiones iniciadas en los años posrevolucionarios.

Desde el enfoque de la Ruptura, Tamayo ha sido considerado como el principal secesionista. Nada más alejado de la realidad, ya que su propuesta estética forma parte de la diversidad de preocupaciones nacionalistas del movimiento artístico posrevolucionario; a partir de entonces, se interesó por la relación entre “mexicanidad” y modernidad, conexión que adquirió múltiples significados estéticos y culturales a lo largo de su desarrollo artístico.(8) Lo mismo ha sucedido con las pinturas de Pedro Coronel, a quien erróneamente se le ha clasificado como un pintor de Ruptura, no obstante la influencia del primitivismo, estilo pictórico que se desarrolló en México de manera paralela al muralismo. Incluso, como respuesta a la polémica, el pintor zacatecano pensaba que en todas las épocas eran necesarios los cambios; para él todo artista debía tener un compromiso con su pasado y luchar por encontrar nuevos horizontes de expresión. Más que una ruptura con el pasado o una lucha irreconciliable entre figuración y abstracción, Coronel proponía un diálogo entre ambas corrientes. A partir de esta síntesis, desarrolló un expresionismo abstracto que le permitió realizar un arte cargado de símbolos y signos que se conjugan con la innovación estética.

Los “independientes” fueron los precursores del arte abstracto en México. Muchos de ellos encontraron en el arte prehispánico y popular el camino espiritual y formal para realizar su trabajo creativo y mostrar la modernidad artística mexicana. Contrariamente a lo que se asegura, las pinturas de Pedro Coronel, Ricardo Martínez, Gunther Gerzso, Mathías Goeritz, Vicente Rojo, Francisco Toledo y muchos otros, son producto de una continuidad, determinada no sólo por el diálogo con las vanguardias artísticas internacionales, sino también por una interpretación estética del arte indígena y una reflexión filosófica, poética y existencial sobre la identidad cultural del mexicano.

 

Notas
1. La exposición titulada Ruptura 1952-1965 se llevó a cabo en el Museo Carrillo Gil en 1988. La muestra presentó a José Bartolí, Gunther Gerzso, Mathías Goeritz, Carlos Mérida, Wolfgang Paalen, Juan Soriano, Arturo Souto y Rufino Tamayo como antecedentes de la Ruptura. Como artistas “rupturistas” exhibió la obra de Lilia Carrillo, Arnaldo Coen, Pedro Coronel, Francisco Corzas, José Luis Cuevas, Enrique Echeverría, Manuel Felguérez, Fernando García Ponce, Luis López Loza, Vicente Rojo, Francisco Toledo, Vlady, Roger Von Gunten y Héctor Xavier.

2. Octavio Paz, "Tamayo en la pintura mexicana", en Las peras del olmo, UNAM, México, 1957, p. 245. (Este texto fue escrito en 1950 y publicado en 1951 en México en la cultura, suplemento de Novedades, 21 de enero de 1951).

3. Ibidem, pp. 251-252.

4. Ver Jorge Alberto Manrique, "Rompimiento y rompimientos en el arte mexicano"; Rita Eder, "La joven escuela de pintura mexicana: eclecticismo y modernidad"; Juan García Ponce, "Confrontación 66", en Ruptura 1952-1965, México (catálogo de la exposición en el Museo Carrillo Gil), INBA-SEP, 1988. Rita Eder, "La ruptura con el muralismo y la pintura mexicana en los años cincuenta", en Historia del Arte Mexicano , México, SEP-INBA y Salvat Mexicana, 1982; Teresa del Conde, "Presencias: la historia de una controversia", en Pintura mexicana: 1950-1980, México, catálogo Museo de Arte Moderno, 1990.

5. Luis Martín-Lozano, cédula de la exposición permanente Arte Moderno de México en el Museo de Arte Moderno; "El proceso del arte moderno en México: reflexiones en torno a una revisión finisecular", en Un siglo de arte mexicano. 1900-2000, México, CNCA, INBA, Landucci Editores, 1999, pp. 79-115.

6. Jorge Alberto Manrique, “Artistas en tránsito. México 1980-1995”, en Arte y artistas mexicanos del siglo XX , México, Conaculta, 2000, pp. 59-83.

7. Teresa del Conde, "La aparición de la ruptura", en Un siglo de arte mexicano. 1900-2000, Ibidem, p. 188.

8. Sobre el enfoque de la continuidad en la obra plástica de Tamayo, así como los significados filosóficos y políticos de la “mexicanidad” y sus relaciones con la modernidad artística, ver Ana María Torres, Identidades pictóricas y culturales de Rufino Tamayo de 1920 a 1960, tesis de doctorado, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, septiembre 2003.

 

 

 

Roger Von Gunten
Mujer atacada por colibríes
1966, óleo sobre tela, 120 x 150 cm..
Foto: Germán Ignacio Carnero.
Cortesía Museo José Luis Cuevas.

 

Vicente Rojo
Señal antigua en forma de letra
1969, óleo sobre tela, 100 x 140 cm.
Foto: Rafael Doniz.
Cortesía Museo José Luis Cuevas.