José Luis Cuevas
• Retrato del natural de una
niña paralítica •
1954, tinta y aguada sobre papel,
64 x 34 cm.
Foto: Germán Ignacio Carnero.
Cortesía Museo Jose Luis Cuevas.
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La Ruptura y sus aspiraciones
Aunque la influencia de la Ruptura fue determinante para abrir espacios de exposición, generar crítica de arte, establecer vínculos internacionales y reivindicar el derecho a la libertad creativa, su aportación no fue más allá de constituir una de las tantas versiones tardías de acometer los lenguajes artísticos activos de entonces.
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LUIS CARLOS EMERICH • CRÍTICO DE ARTE
Columnista del periódico Excélsior
lcemerich@prodigy.net.mx
En algunos textos sobre la generación
de artistas mexicanos y extranjeros asimilados que formaron parte de la
denominada Ruptura destacan los siguientes diez puntos:
1. El término ruptura fue
aplicado en 1950 por Octavio Paz a los pintores que, como Rufino Tamayo
y Carlos Mérida, rompieron con la Escuela Mexicana (propiamente,
con la pintura historicista, ideológica, populista, indigenista,
denunciatoria, supuestamente didáctica, a las órdenes del
gobierno en turno), puesto que habiendo participado en la construcción
del nacionalismo posrevolucionario en que se sustentaba se rehusaron a
producir arte con un contenido político explícito.
2. A partir de la exposición titulada
La Ruptura 1952-1965, en el Museo Carrillo Gil en 1988, el término
se aplicó a un conjunto de pintores nacidos alrededor de la década
de 1930 y que iniciaron su trayectoria profesional en los años
cincuenta, abiertos a las tendencias europeas y estadounidenses surgidas
al término de la segunda Guerra Mundial. La inclusión de
obras de Rufino Tamayo, Carlos Mérida, Juan Soriano y Gunther Gerzso,
entre otros, respetaba el concepto de ruptura usado por Paz como antecedente.
3. A José Luis Cuevas se le considera
iniciador de la Ruptura, pero sólo por haberse eregido a temprana
edad en un personaje público, luego de adquirir notoriedad en 1956
por su exposición Childhood y por la publicación
de su texto “La cortina de nopal” en el suplemento La cultura en
México del periódico Novedades, dirigido por
Fernando Benítez desde 1949 y significado por conjuntar a escritores,
críticos y artistas que constituían la modernidad de entonces.
En su artículo, Cuevas ridiculizaba a la Escuela Mexicana; la sustitución
del hierro soviético por el mexicanísimo nopal no sólo
se refería al encierro en sí misma sino a la orientación
estalinista de su principal vocero, David Alfaro Siqueiros, y la de centenares
de artistas que seguían la ruta única para el arte declarada
por el muralista en 1945.
4. Si bien Cuevas se hizo notar mediante
su ataque al nacional muralismo, en realidad la diversidad de opciones
a que aspiraba la Ruptura se inició durante el episodio fugaz que
constituyó la Galería Prisse, abierta en 1952 como parte
de la casa-taller compartida por los mexicanos Alberto Gironella y Enrique
Echeverría, el ruso Vlady y el catalán Josep Bartolí.
En 1954, la Galería Proteo, dirigida por el mismo Gironella, amplió
su oposición, por omisión, al manejo oficial del arte y
abrió las puertas a decenas de jóvenes artistas. En 1956,
la Galería Antonio Souza acogería a otro conjunto que alternaba
con los surrealistas extranjeros radicados en México. En 1961,
la Galería Juan Martín concentraría lo que hoy se
considera el núcleo de la Ruptura: Lilia Carrillo, Manuel Felguérez,
Fernando García Ponce, Alberto Gironella, Vicente Rojo, Roger von
Gunten, Arnaldo Coen, Francisco Corzas y Gabriel Ramírez, entre
otros que al publicar en 1968 su libro Nueve pintores mexicanos,
Juan García Ponce dejaría inadvertidamente fuera. En 1964,
la Galería Pecanins incrementaría el acopio de artistas
mexicanos, al lado de latinoamericanos y catalanes de su misma generación
y similares ambiciones.
5. En 1965 el Salón Esso,
concurso convocado por la transnacional estadounidense (que según
Shifra Goldmann ocultaba el propósito de erradicar el arte "comunista",
o sea, la Escuela Mexicana, que dominaba en México), enfrentó
a nacionalistas y ruptores y provocó gran escándalo por
la premiación de los segundos, representados por Fernando García
Ponce y Lilia Carrillo, que mereció acusaciones porque un miembro
del jurado era hermano del primero, el escritor y crítico Juan
García Ponce.
6. En 1966 Confrontación 66,
exposición convocada por el Instituto Nacional de Bellas Artes
(INBA), representaría otro enfrentamiento, en el que los ruptores
salieron ganando parte de la atención y parte del espacio hasta
entonces consagrado a los nacionalistas, con la consiguiente indignación
de éstos.
7. En 1968 el movimiento estudiantil, que
llevó a la huelga a la Universidad Nacional Autónoma de
México y que terminó en la matanza del 2 de octubre, provocó
el repudio popular contra el gobierno priísta en turno. De allí
que la convocatoria del INBA a la Exposición Solar, por
realizarse en el Palacio de Bellas Artes, dentro de la Olimpiada Cultural,
fuera rechazada por los ruptores y decidieran congregarse en un salón
autosustentable. El Salón Independiente significó la unión
formal de la Ruptura, que duró tres años, en los que hizo
tres exposiciones colectivas que incluyeron invitados internacionales
como Saura, Bonevardi y Seguí, entre otros. La primera, en 1968
en el Instituto Isidro Fabela; la segunda y la tercera, en 1969 y 1970,
respectivamente, en el Museo Universitario de Ciencias y Arte, de la UNAM,
con gran afluencia de público y buen recibimiento crítico.
8. El debut y la despedida del "movimiento
neodadaísta" Los Hartos (1960), en el que participaron Cuevas
y Pedro Friedeberg, cuyo manifiesto escrito por Mathias Goeritz tuvo difusión
internacional, contribuyeron a la creación de un clima de libertad
y de optimismo que pudiera conllevar su atentado contra el vacío
reinante, el formalismo, el buen gusto y el oficialismo. El surgimiento
del grupo Interiorista en 1961, integrado por Cuevas, Corzas, Sepúlveda,
Góngora, Rafael Coronel, Muñoz, Hernández Delgadillo
y Ortiz, entre otros artistas, representó, en su breve existencia,
una recuperación del humanismo extraviado en el formalismo, un
nuevo enfoque crítico de la realidad social inmediata y, en el
fondo, una reactivación del nihilismo trascendente nietzscheano,
sublimado de la obra de José Clemente Orozco.
9. Para entonces habían surgido otras
galerías de arte que estaban abriendo un nuevo mercado y, sobre
todo, formando a un nuevo tipo de público. El Museo de Arte Moderno,
inaugurado en 1964 (curiosamente con una exposición de arte prehispánico),
definiría su vocación como difusor del arte contemporáneo
internacional con énfasis en el mexicano. Gracias a funcionarios
del INBA, como Miguel Salas Anzures (quien luego perdería su puesto
por apoyar a los ruptores) y, principalmente, Fernando Gamboa, la oficialidad
terminaría por dar atención a la nueva generación
de artistas.
10. La Ruptura no representó el crack
de la Escuela Mexicana, cuyo discurso estaba consumado, aunque cortésmente
considerado por los historiadores del arte internacional como un fenómeno
local, de significación política, pese a su enorme influencia
latinoamericana. Su craquelamiento se debió a la iteración
vacua de sus clichés por la segunda y tercera generaciones de muralistas,
y su remate al oportunismo de sus secuelas que, en el fondo, aún
no cesan del todo.
El fenómeno plástico de la
Ruptura, que el crítico e historiador de arte Damián Bayón
definió como "una refracción de las tendencias internacionales
en la atmósfera cultural mexicana", fue en realidad una especie
de mestizaje artístico voluntario por la necesidad de romper su
hermetismo cultural, trayendo de afuera las savias de los nuevos lenguajes
plásticos. "Mientras las nuevas tendencias italianas, francesas,
inglesas y estadounidenses de los años cincuenta se copiaban entre
sí, las opciones abstraccionistas y neofigurativas mexicanas tenían
sus sellos personales", dijo Brian Nissen al recordar su llegada
a México en 1960, proveniente de su natal Inglaterra: "Me
encantó esta ausencia de contaminación y la natural inclinación
mexicana a reflejar el carácter recio y reacio de su cultura ancestral,
sin marcos de referencia." En ese entonces, llegarían también
Joy Laville, de Inglaterra; Roger von Gunten y Jean Denis Cruchet, de
Suiza; Kazuya Sakai, de Argentina; Philip Bragar, de Estados Unidos, entre
muchos otros, que sumados a los artistas extranjeros que se integraron
temporalmente a la plástica mexicana, no sólo incrementaron
la diversidad sino que propiciaron el clima de alegría en un país
antes solemne y demagógico en cuestiones de arte, tal vez porque
entonces México tenía un proyecto de desarrollo factible.
La creación de espacios de exposición y el creciente acceso
de los artistas de la Ruptura a galerías y museos internacionales
parecían empezar a cumplir su sueño de integrarse al concierto
mundial del arte.
Si a distancia temporal la decadencia de la Escuela Mexicana en los años cincuenta es tan evidente como la urgencia del surgimiento de una nueva generación de artistas con aspiraciones de contemporizar con los europeos y estadounidenses de su momento, no significa que la promoción internacional de la Ruptura tuviera una repercusión más allá de lo que significó su mera subsistencia profesional, pues de algún modo se esperaba que las galerías y los museos de arte extranjeros se encargaran de hacer lo que México sigue sin fraguar hoy: infraestructuras de lanzamiento del arte y, sobre todo, generación de teorías artísticas influyentes. Por todo ello, la Ruptura no deja de ser un fenómeno local. Su influencia ha sido determinante en el devenir del arte mexicano de la segunda mitad del siglo XX, no sólo por abrir espacios de exposición, de generar crítica de arte, de establecer vínculos internacionales y crear sistemas de apoyo a las artes, sino por reivindicar el derecho del artista a la libertad creativa. Su esfuerzo grupal cambió drásticamente el panorama del arte en México, sobre todo porque creó conciencia de que la carrera artística era tan viable como respetable.
Las obras de la Ruptura son nuestros clásicos
modernos, pero sólo nuestros, pues en el plano estrictamente artístico
su aportación no fue más allá de constituir una de
las tantas versiones tercermundistas y, como tales, tardías de
acometer los lenguajes artísticos activos entonces, lejos de sus
lugares, estructuras y circunstancias sociales y culturales de origen.
La diversidad tendencial representada por la Ruptura, por muy profesionalmente
sustentada que estuviera, no logró significarse en un momento en
que las tendencias artísticas se sucedían sin parar en los
países europeos y, sobre todo, en Estados Unidos, empeñados
en ser el centro mundial del arte. En un momento en que cada tendencia
nacía para anular a la anterior con el fin de "avanzar"
conforme a la idea de progreso entonces vigente, el arte producido por
la Ruptura sólo avanzó el noble intento de mostrar la cara
moderna de un país en vías de desarrollo, entonces como
hoy.
En los años sesenta el pop-art,
surgido en Inglaterra, llegaba a su esplendor en Estados Unidos y destronaba
al expresionismo abstracto, mientras nacía el minimalismo que se
oponía a ambos. El op-art y el cinetismo profetizaban
un arte científico-tecnológico para el futuro. El land
art rechazaba a la galería y al museo para establecer los
dominios del arte en la naturaleza misma. Surgía el conceptualismo
para cuestionar de raíz las estructuras del arte en su celda de
condenado a muerte, ¿qué espacio o intersticio quedaba para
insertar los amasijos mexicanos de arte povera, informalismo,
expresionismo abstracto, geometrismo y neofiguración expresionista,
más allá de la peculiaridad de haber retoñado lejos
de sus lugares de origen y sin referentes históricos propios que
lo redirigieran, independientemente de su sensibilidad formal y de su
buena factura?
José Luis Cuevas, que tuvo su justificado
auge internacional en los años sesenta, no llegaría a cumplir
la pretensión de la crítica de arte Marta Traba cuando situó
sus figuraciones de la miseria espiritual y la intensidad erótica
al mismo nivel que las de Francis Bacon, Jean Dubuffet y Wilhem de Kooning,
en su libro Los cuatro monstruos cardinales (1965). Felguérez
dispersaría la fuerza y la buena promesa de su arranque, entre
la pintura, la escultura y su trabajo a favor de las nuevas generaciones
de artistas. Coen se deslizaría desde la cumbre de sus primeras
pinturas, apreciables por su precocidad, por el tobogán que desemboca
en una frágil sensibilidad fantástica. Von Gunten, fiel
a su obsesión por la existencia idílica, desertificaría
su paraíso, a causa de su imparable iteración. Ramírez,
que profesó el credo caótico del Grupo Cobra, con énfasis
en Corneille, se quedó en la superficie de su formatividad. Corzas,
con una propuesta figurativa tan rara como fascinante por lubricar su
factura a la manera flamenca, murió antes de su definición
mejor. Rafael Coronel encontraría su gloria en el mercado y no
por su primera propuesta de una modalidad preciosista del vanitas,
sino precisamente por desactivarla para ampliar su consumo. Echeverría
moriría antes de madurar y consumar su promesa de un abstraccionismo
vivaz a partir de la realidad objetiva. Nissen se iría a vivir
a Nueva York, donde descubrió que su chispeante figuración
del mundo como imperio erótico tenía un insospechado vínculo
con el arte prehispánico mexicano.
Hoy que los valores artísticos dependen
más de sus promotores que de sus productores, se sabe qué
le faltó, por ejemplo, a la obra de Gironella para figurar entre
las precursoras de la posmodernidad, pues su acometida del vanitas
español y sus paráfrasis de la pintura de Velázquez
señalaban el tope de la modernidad. Con el sustento teórico
y el aparato promocional adecuados, la obra de Vicente Rojo estaría
al lado de sus principales influencias reconocidas, por lograr una propuesta
significativa y personal a pesar de ellas; la pintura de Lilia Carrillo
pertenecería al abstraccionismo lírico internacional, por
fortalecerlo con su sensibilidad femenina; la pintura de Fernando García
Ponce podría entenderse como una interlocución lúdica
en un diálogo con Alberto Burri, que opuso riqueza factual a la
miseria material y espiritual causal del arte povera.
Así que un contingente de pintores
que ansió trascender los límites nacionales y prescindir
de todo referente mexicano, resultó ser característicamente
mexicano. Estimuló, a su vez, a la generación de artistas
inmediata posterior, y a la siguiente, incluyendo el nuevo figurativismo
de la década de 1980, aunque pareciera que éste se saltó
a la Ruptura para buscar en sus antecesores –los primeros y verdaderos
ruptores con la Escuela Mexicana– las razones del desconcierto de la identidad
o identidades de México ante el umbral de la globalización.
Irónicamente, el actual auge internacional de la obra del mexicano
Gabriel Orozco, por otra parte, podría verse como la consecuencia
a ultranza de lo que cuarenta años antes pretendió, en el
fondo, la Ruptura: superar la propia identidad cultural para mundanizarse
y consumarse en la neutralidad en que se consume el arte de hoy.
Es cierto que los vínculos internos de
la Ruptura fueron más amistosos que teóricos, pero tan
entrañables que duran hasta hoy, junto con su añoranza
tanto por los tiempos y por los artistas idos. Por ello, la inclusión
de la obra de Francisco Toledo en la exposición La Ruptura
1952-1965 (1988) es meramente generacional, puesto que en su solitaria
y maravillosa obra pudo aplicar sus admiraciones por Dubuffet, Ensor
y Durero, por ejemplo, a una figuración rústica y fantástica
inimaginable por ellos. La inclusión de Héctor Xavier,
Luis López Loza, Vlady y Bartolí en la misma exposición
confirma la elasticidad de los criterios que conjuntaron a la Ruptura.
Las obras de Tamayo, Pedro Coronel, Goeritz, Mérida, Gerzso,
Paalen, Soriano y Souto, no sólo representaron el respaldo histórico
de la Ruptura, sino el reconocimiento a Octavio Paz por usar y caracterizar
el término dentro del contexto artístico mexicano.
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